Harry Grindell Matthews y el rayo de la muerte

Nochebuena de 1930, un extraño camión aparca en Hampstead Heath, al norte de Londres. De su remolque sobresale lo que parece un cañón. Esa misma noche, fantasmales ángeles de luz aparecen flotando sobre la ciudad, mientras numerosas personas corren aterradas y otras se arrodillan en plena calle pensando que están ante un fenómeno sobrenatural. Nada de eso pues, días más tarde, se repite el espectáculo celeste en Nueva York. En esta ocasión no se trata de ángles, sino de banderas con barras y estrellas, algo muy apropiado para el lugar. Se trataba de demostraciones de un proyector capaz de hacer visible motivos de todo tipo en las nuebes nocturnas o, lo que es igual, algo muy similar a lo que Batman utiliza para proyectar su silueta de murciélago sobre Gotham City. El proyector, ideado por el británico Harry Grindell Matthews, funcionó a la perfección, siendo capaz de proyectar en el cielo todo tipo de imágenes e, incluso, un reloj que mostraría la hora a los asombrados testigos a varios kilómetros de distancia. Por desgracia para el inventor, ni éste ni ninguna otra de sus creaciones, llegaron a convertirse en algo más que un simple objeto de diversión para la prensa.

Inventor, genio, loco, charlatán, timador, aventurero, ¿qué era Harry Grindell Matthews? Bien pudiera haber sido un poco de todo ello, mezclado con generosas dosis de publicidad y palabrería porque, ¿cómo calificar a quien durante décadas decía haber inventado aparatos geniales que nunca funcionaban en público? Lo llamaríamos estafador, como poco. Pero el problema está en que Harry Grindell Matthews patentó y demostró el funcionamiento de otros de sus inventos. Así que, dejemos la cuestión en que tenía la mente en las nubes y algunos de sus inventos funcionaban, otros no.

Harry Grindell Matthews nació en el seno de una familia acomodada en 1880. Desde siempre mostró un comportamiento excéntrico y algo huraño, aunque eso no le impedía ser todo un maestro de las puestas en escena y la publicidad. Estudió electricidad, luchó en la Guerra Boer en Sudáfrica y, sobre todo, se dedicó a inventar. Fascinado con el mundo de la radio, realizó algunas de las primeras experiencias de transmisión de voz en Inglaterra. Patentó en 1909 su «aerófono», algo así como un teléfono móvil primitivo pensado para comunicarse con aviones e incluso con automóviles. Ciertamente, el aparato parecía funcionar, pero la empresa que creó para dar salida comercial a la idea terminó pronto en la ruina, sobre todo por los continuos choques con quien podría haber sido su principal cliente: el ejército británico. Esos choques se repitieron a lo largo de toda su vida porque el inventor se negaba a enseñar qué había detrás de su tecnología y, además, sus demostraciones se empeñaban en fallar siempre en el último minuto. Y ahí es donde estaba la mancha oscura para Harry Grindell Matthews, porque las autoridades le consideraban un charlatán pero, sin embargo, la prensa le adoraba.

No voy a ir mucho más allá en lo que a detalles de la vida de Grindell Matthews se refiere, pues prefiero encaminar al lector al magnífico artículo que sobre este personaje publicó cabovolo en 2009. Lo que sí haré será mostrar cómo Harry Grindell Matthews era tratado en la prensa, más concretamente la española, en su época, pues sus inventos lograron atraer la atención de todo el mundo. A modo de repaso sencillo cabe decir que inventó un sistema de control remoto para vehículos no tripulados que ganó un concurso del gobierno británico en plena Gran Guerra. Después de pagar las deudas que arrastraba de su aventura con el aerófono, Harry Grindell aprovechó para dedicarse a inventar todo tipo de artilugios. Un radar muy primitivo, un detector de submarinos, un sistema para grabar películas sonoras que fue ignorado por la industria del cine británica y, cómo no, su famoso rayo de la muerte. Nunca nadie vio cómo funcionaba, pero la publicidad que logró con ese supuesto invento, con película de promoción y todo, le convirtió en una celebridad. Su figura fue olvidada pronto y realmente no dejó huella en lo que ha sido el desarrollo de la tecnología posterior, pero si se tuviera que buscar a un prototipo de inventor apasionado y cercano al «científico loco» de las películas, sin duda apostaría por Harry Grindell Matthews.


Harry Grindell, transmitiendo con su «teléfono móvil». Fuente: Por esos mundos. Enero de 1916. Biblioteca Nacional de España.

En la edición de enero de 1916 de la revista Por esos mundos se elogiaba a Grindell de esta manera:

Un eminente ingeniero electricista inglés, Mr. Harry Grindell, después de diez años de continuos ensayos, ha encontrado feliz solución al problema de la telefonía sin hilos. No se conocen aún los detalles del invento, pues, como es natural, el descubridor los guarda celosamente. Sólo se tiene noticia del resultado de los experimentos celebrados no ha mucho en diversos puntos de Inglaterra. Con el aparato Grindell, tan reducido de volumen que puede ser conducido en un maletín, se puede mantener una conversación con puestos fijos desde un auto en marcha, desde un aeroplano meciéndose en los aires o desde un barco en alta mar. Una de las pruebas realizadas por el inventor consistió en conversar desde su auto, en Blac Rock, cerca del canal de Bristol, con una oficina de Londres, a través de una distancia de cerca de 200 kilómetros. Posteriormente, y con malas circunstancias atmosféricas, pues reinaba a la sazón densísima niebla, comunicó Mr. Grindell desde Holanda con una estación telefónica inglesa situada á cerca de 400 kilómetros.

Genial, sin duda, sobre todo si hubiera llegado a algo con sus experimentos. Durante meses los periódicos de medio planeta hablaron de aquello, pero al final todo terminó en ruina. El supuesto precursor del teléfono móvil posiblemente funcionaba, los testigos eran numerosos, pero a buen seguro que no era tan fiable como Grindell pretendía. Sea como fuere, pronto pasó a pensar en otros inventos.

Entre las dos guerras mundiales surgieron decenas de inventores que afirmaron haber creado «rayos de la muerte», esto es, armas tan terribles que su sola presencia haría que desaparecieran las guerras por miedo a sus nefastas consecuencias. ¿No suena eso un poco a la disuasión nuclear de la guerra fría? Entre todos esos inventores el que más fama logró fue Grindell. He aquí, por ejemplo, cierto experimento tal y como aparece citado en La Correspondencia de España el 9 de abril de 1924 (Fuente: Biblioteca Nacional de España).

Dos días más tarde, esta vez en El Heraldo de Madrid, aparece lo siguiente:

M. Grindell Matthews, inventor del rayo térmico, continúa activamente sus experimentos en el laboratorio de West End. Interrogado sobre las consecuencias posibles de su invento (…) ha declarado modestamente que no tenía ni idea alguna de los resultados que podría alcanzar su invento cuando tuviese libertad suficiente para poder operar al aire libre con grandes cantidades de energía.

–Todo lo que puedo decir (…) es que las experiencias llevadas ya a cabo son un pálido reflejo de la potencia del rayo térmico.

M. Matthews ha explicado además que se halla en condiciones de poder emitir un rayo visible y otro invisible, cuyas respectivas propiedades son particularmente distintas. Sea lo que sea, M. Matthews espera en breve plazo poder experimentar su invento a gran escala.

Por su parte, ha sido interrogado sobre el particular M.J.L. Breton, de la Academia de Ciencias Francesa, quien durante la guerra se hallaba al frente de la Secretaría de inventos y que regenta actualmente (…) la Oficina Nacional de Investigaciones Científicas e Industriales (…)

–Solo conozco este asunto –ha dicho M. Breton– por lo que dicen los periódicos. El experimento sobre el ratón es sorprendente; pero en el dominio científico no puede juzgarse nunca a priori. Teóricamente nada tiene de inverosímil. Durante la guerra recibí multitud de prposiciones basadas en la más extravagante fantasía pero, en cambio, muchas otras eran dignas de ser examinadas y atendidas. En una palabra: estos experimentos necesitan confirmación. Parecen, de buen principio, algo exagerados, es preciso acoger con prudencia al rayo térmico. Esto es cuanto puedo decir en este instante.

Razón llevaba el académico francés pues, si Grindell no era capaz de hacer una demostración pública y de explicar cómo funcionaba el rayo mortal, ¿cómo se le iba a tomar en serio? Sin embargo, la prensa seguía enamorada de tan terrible máquina.


Gríndell Matthews mostrando su «rayo eléctrico que opera sobre las magnetos de motores de esencia, pudiendo inutilizar a larga distancia automóviles, aeroplanos, etc». Fuente: El Sol, 3 de mayo de 1924. Biblioteca Nacional de España.

En el periódico La Libertad edición del 22 de mayo de 1924, aparece un largo artículo del que extraigo algunas porciones muy interesantes:

Allá por el año 1916, entre el fragor y los horrores de la Gran Guerra, una pléyade de hombres de ciencia y de inventores invadía los pasillos del ministerio de invenciones, de París y de Londres. Aquellos momentos no eran propicios para el humorismo ni para hacer siquiera un poco de sana psicología; sin embargo, no sabemos que se haya presentado en el largo periodo que abarca la civilización humana una ocasión más favorable para que cualquier observador curioso y recalcitrante haya podido estudiar mejor esa interesante y variada galería de sabios ingenuos, franceses, ingleses, italianos o aliadófilos. Todos ellos traían inventos, descubrimientos e ingeniosos aparatos que debían influir poderosamente en el resultado final de la tremenda lucha. No faltaban iluminados (…) y todos afirmaban que tenían razón para ser atendidos (…) pero, pese a los incrédulos, entre tanta exageración y tanto caos científico había que reconocer muchas veces con ecuanimidad que de ese caos surgían ideas verdaderamente geniales y de aplicación tan práctica como sorprendente. (…)

Por lo visto, no se habían de acabar allí las intentonas destinadas a hallar las famosas radiaciones diabólicas para ejercer la deseada acción destructora a distancia. En 1916 llegó a París Grindell Matthews, precedido de cierta fama y de cierto crédito. Le acompañaba, como colaborador, Mr. Lynes, y verificaron experiencias (…) que se limitaron a hacer estallar a distancia barrenos de minas y pequeños depósitos de explosivos. En esa fecha Matthews empleaba en su dispositivo radiaciones luminosas. Las mismas que empleó en 1918, en Cherburgo, para descubrir los sumergibles cuando se hallaban navegando a pequeña profundidad. Del resultado práctico de estas pruebas nunca se supo nada definitivo, y con el fin de las hostilidades nadie volvió a ocuparse del asunto.

En ese mismo artículo se mencionan los experimentos posteriores del inventor inglés, pero sin añadir nada nuevo que sea interesante. Lo que ha quedado claro es que, en la época, el lograr un rayo de la muerte era poco menos que una obsesión. Finalizada la Gran Guerra esa búsqueda disminuyó, pero muchos siguieron intentándolo.


Fuente: El Heraldo de Madrid, 29 de mayo de 1924. Biblioteca Nacional de España.

Nuestro protagonista no dejó de intentar convencer de la realidad de su rayo mortal hasta bien entrados los años veinte. Lo que sigue son fragmentos de un artículo publicado en la revista Nuevo mundo el 13 de junio de 1924:

Podía el diabólico rayo invisible paralizar a gran distancia todos los motores en marcha; podía interrumpir todas las comunicaciones telefónicas y telegráficas; podía, dentro de un extenso radio de acción, volar los depósitos de explosivos y de municiones. (…) Y el «rayo violeta» del mismo Grindell Matthews podía aniquilar silenciosamente a los ejércitos y convertir ciudades en inmensos cementerios. (…) Pero el sabio inglés nos tranquiliza un poco…

–Soy un pacifista –declaró en primer término. (…)

Grindell Matthews ha obtenido un rayo de altísima frecuencia, con más de ochocientos trillones de vibraciones por segundo, que puede ser proyectado en determinada dirección y que a su paso ioniza la atmósfera, prestándole una extraordinaria conductividad. Este rayo hace, pues, oficio de cable y por él se cursa otra corriente de potencial aún más grande, que al circuitar todo lo que se halla en su trayectoria detiene instantáneamente los motores. En cuanto al «rayo violeta», destruye la célula viviente.

–¿Han sido probadas ambas capacidades? –inquirió, escéptico, un reportero japonés.

–Sí, absolutamente. (…)

La entrevista muestra a un Grindell Matthews muy parco en palabras, con aire enigmático, en el viaje que el inventor realizó para buscar la financiación para su rayo mortal, una financiación que en Inglaterra le había sido negada. Pero a pesar de no decir mucho, lo que quedaba claro era que sabía vender muy bien. A los periodistas les encantaba aquel hombre y sus «locuras».

Con el tiempo Grindell Matthews dejó aparcado su interés por las armas capaces de terminar con todas las guerras y pasó a idear otras máquinas más agradables, antes de desaparecer de la historia.


Fuente: Mundo gráfico, 21 de diciembre de 1927. Biblioteca Nacional de España.

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Imagen de cabecera: Nuevo mundo. 13 de junio de 1924. Biblioteca Nacional de España.