José Barrufet y el Marmotor

Versión reducida para web del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número 91, correspondiente al mes de enero de 2013.

Difícilmente podrá hallarse una sola persona de cuantas hayan tenido ocasión de admirar la inmensa superficie del mar, que no haya fijado su vista en ese continuo y variado movimiento que absorbe y embelesa nuestra fantasía, ora contemplando la blanca y juguetona espuma de las tranquilas olas que en días de apacible calma bañan con suavísimo arrullo las dormidas arenas de nuestras playas; ora viendo el caprichoso rizo que sobre el azulado líquido se forma y al parecer avanza y retrocede y choca a merced del viento, o ya admirando el furioso vendaval que con imponente rugido estrella sobre las rocas las encrespadas olas que amenazan destruir cuanto se oponga a su soberbio empuje.

Con esta poética visión de las olas del mar comienza cierto librillo publicado en Barcelona titulado Las Olas del mar, apuntes que se relacionan con el movimiento de las mismas. Su aprovechamiento como fuerza motriz. Su autor, José Barrufet y Veciana lo dio a conocer en 1885, precisamente el año en que se llevaron a cabo las pruebas de su marmotor y, además, su momento de mayor popularidad pues, desde entonces, cayó en el olvido tras haber tenido cierto eco en la prensa de la época. La idea de emplear las olas del mar como fuente de energía viene de lejos, pero fue Barrufet uno de los primeros en diseñar, patentar y poner en práctica una máquina para extraer energía de la olas, nació así su Marmotor, que merece al menos ser recordado como pariente lejano de todas esas tecnologías que actualmente están explorando las posibilidades energéticas del mar.

marmotor
Esquema del Marmotor de Barrufet.

Una visita al Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas nos descubrirá a todo un apasionado inventor que cuenta con nada menos que quince patentes registradas bajo su nombre como solicitante. Hay en casi todas ellas un motivo central: el agua. Así, por ejemplo, una patente fechada el 15 de agosto de 1880, menciona un aparato que cumplía las funciones de lo que hoy conocemos como un “contador del agua”. Posteriores patentes, por lo general solicitadas en compañías de otros colegas inventores como Pedro García Corbera o Francisco de Paula, concedidas entre el mismo año de 1880 y 1882, exploran diversos tipos de tecnología hidráulica, desde reguladores de presión hasta un nuevo tipo de bomba. Pero, ya en solitario y llegados a la año 1884, surge la patente número 4564 de 21 de octubre bajo el siguiente título: Un aparato llamado Marmotor destinado al aprovechamiento de las olas del mar como fuerza motriz. Fue la primera de una serie de cinco patentes, concedidas entre 1884 y 1887, que exploran con diverso grado de perfeccionamiento un sistema mecánico para obtener energía de las olas del mar. Por desgracia, salvo a lo largo de las pruebas realizadas en 1885, apenas tuvo eco su idea y, al poco, desapareció su eco.

Las olas como fuente de energía

José Barrufet y Veciana era un profesor barcelonés, aunque hasta ahí puedo contar, porque no he dado todavía con detalles más concretos sobre su vida, que permanece ignota en su mayor parte. Parece que la enseñanza era para él algo más que un modo de ganarse la vida y llegó a ser una pasión, pues su última patente, que data de junio de 1888, se presenta bajo este sonoro título: Un aparato mecánico destinado a la enseñanza denominado “Instructor”. Es, precisamente su vocación docente, la que le llevó a publicar el pequeño libro que he citado al comienzo de estas letras, con la intención y el deseo de llamar la atención sobre su invención. Al principio logró su objetivo y consiguió eco y apoyos, aunque la cosa no duró.

¿Existe algo igual sobre la superficie de nuestro globo que pueda competir con la impetuosidad de los mares? Esa pregunta, formulada por el propio Barrufet, fue el punto de partida de todo un estudio sobre las posibilidades energéticas de las olas del mar, plasmado con tanto entusiasmo y optimismo que se puede percibir todo un futuro soñado en el que la industria, la agricultura y hasta el comercio se alimentarían de energía procedente del mar. El Marmotor, nuevamente en palabras de Barrufet, debía ser de contrucción simple y robusta:

Si algún mérito se concede al aparato (…) lo hallaremos seguramente en la sencillez de su mecanismo. Consta de dos partes esenciales, denominadas impulsor y receptor, sin las que sería difícil aprovechar la fuerza producida por el movimiento de las olas, a cuyas dos partes se agregan otras complementarias encargadas de recibir y transmitir aquella fuerza, gravitando todas ellas sobre un armazón de madera o hierro, o de ambas cosas combinadas, de manera que reúnan la solidez necesaria para que el mar no pueda destruirlo en días de borrasca o fuertes temporales.

Y bien parece que el diseño era robusto, pues tal y como se menciona en La Vanguardia, edición del lunes 15 de marzo de 1866, después de una tempestad que causó daños en diversas parte de La Barceloneta, el Marmotor resistió temporal, mostrando sólo algunas piezas dañadas en su montaje.

El mecanismo fundamental que animaba al Marmotor era muy sencillo y, curiosamente, muy parecido a algunas propuestas recientes diseñadas para aprovechas las olas como fuente de energía. El Marmotor contaba con una serie de boyas o flotadores, movidos por las olas, capaces de transmitir ese movimiento a un eje horizontal gracias a un mecanismo de trinquete fuertemente unido a un sólido armazón dotado de volantes de inercia. Así, el eje estaba animado por el movimiento de las olas, siendo capaz de alimentar desde bombas hasta generadores eléctricos. Ideas similares ya habían sido patentadas en Francia, donde el primer intento de este tipo apareció hacia 1799. Sin embargo, los intentos anteriores se conformaban con mover algún tipo de máquina en barcos o similares. Barrufet iba más allá, planteando la construcción de inmensos generadores en el mar capaces de proporcionar toda la energía que la industria necesitara.


La idea se convierte en realidad

En muchas ocasiones una patente no pasa del papel y jamás ve la luz en el mundo real. En el caso de Barrufet y su Marmotor, al menos tuvo la oportunidad de realizar pruebas, aunque su sueño sobre la energía del mar no llegó a cumplirse.

Se menciona en La Ilustración, correspondiente al 12 de abril de 1885, lo que sigue:

…el señor Gobernador ha concedido permiso al inventor del “Marmotor Barrufet” para que pueda establecer entre el establecimiento balneario La Deliciosa y la escollera del Este, en la playa de la mar Vieja, el aparato de su invención, con objeto de poder hacer los ensayos oportunos para que el público se haga cargo de los beneficios que puede reportar a la industria el mencionado aparato.


Así fue, Barcelona se convirtió en pionera de un nuevo tipo de energía renovable, incluso cuando este concepto ni siquiera se había establecido todavía. Bien, tenemos el escenario, a un inventor apasionado con gran visión de futuro, una máquina capaz de animar el movimiento de un eje gracias a las olas pero, ¿qué sucedió entonces?

Al parecer todo marchó según lo previsto. Barrufet instaló en el lugar indicado un modelo reducido de su Marmotor, fuertemente fijado al fondo del puerto gracias a una estructura de madera. Más tarde, llegaron los mecanismos de transmisión de la energía, los flotadores, las cadenas, cremalleras y engranajes. La máquina funcionó, cuando llegaba una ola se elevaban los flotadores, descendiendo éstos al alejarse la ondulación, transmitiendo correctamente la energía hacia los volantes de inercia y moviendo el eje horizontal. La primera prueba oficial se realizó en la tarde del jueves 24 de septiembre de 1885 y, pese a lo que pueda imaginarse, todo salió bien, puede que demasiado bien a la vista del olvido posterior. En La Vanguardia del día 26 de diciembre todo eran buenas palabras:

Era admirable ver funcionar aquellos aparatos movidos por una fuerza que hasta hoy nadie había sabido aprovechar y que, gracias al señor Barrufet, estamos seguros ha de reportar en no lejano plazo cuantiosos bienes a la industria. (…) Se reunieron algunos de los invitados y los representantes de la prensa en el restaurante Francia, donde fueron obsequiados con un espléndido banquete, durante el cual reinó la más fraternal expansión. Al destaparse el champagne pronunciáronse algunos brindis, siendo notable el del señor Barrufet, quien con acento conmovido explicó las vicisitudes por que ha pasado su invento, desde que su imaginación lo concibiera hasta verlo realizado en un hecho patente, como sucedía anteayer.

Se mencionó en prensa a principios del verano de 1886 que Barrufet había llegado a cierto tipo de acuerdo económico con una empresa de Valencia que deseaba aprovechar el Marmotor para obtener energía eléctrica pero, sin embargo, la cuestión quedó olvidada muy pronto. Ahí es donde pierdo la pista de este sorprendente invento, quedando en el misterio las razones por las que no se continuaron las pruebas, puede que la energía “recuperada” del mar no fuera gran cosa, o que los inversores no respondieran. Sea como fuere, ahí terminó la historia de Barrufet y su Marmotor.