Buscando cámaras secretas en las pirámides de Egipto con rayos cósmicos

ACTUALIZACIÓN 3/11/2017: Este artículo fue originalmente publicado el 18 de noviembre de 2011. El tema ha entrado ahora de lleno en las noticias de actualidad por el posible descubrimiento de un espacio desconocido en el interior de la Gran Pirámide. Sea como fuere, porque hay polémica al respecto, conviene recordar de dónde viene todo el asunto, por lo que rescato el artículo tal y como lo publiqué originalmente…

Así, sin pensar mucho, el título de este post podría muy bien ser tomado por una tontería pseudocientífica como tantas otras que pueblan el mar de datos que es nuestro mundo actual. Pero no, aquí hay más miga que la sugerida por una frase al estilo de un tabloide sensacionalista, como intentaré enseñar a continuación.

El próximo mes de diciembre aparecerá publicada en mi sección Made in Spain, de la revista Historia de Iberia Vieja, una breve semblanza sobre cierta familia de científicos de origen asturiano entre los que se encontraba el genial Luis Walter Álvarez. Ya habrá tiempo entonces de escribir algo más sobre el personaje y su vida, pero hay cierto detalle de su biografía que apenas cité en el artículo que envié a la redacción y que me gustaría mencionar hoy, aunque sea sin profundizar mucho. (ACTUALIZACIÓN 3/11/2017: El artículo que se menciona se puede leer aquí.) Quien desee ir más allá, podrá hacerlo partiendo de los enlaces que aparecen al final de estas letras. Luis Walter Álvarez destacó en muchos sentidos, es más, diría que incluso dentro de la escasa fauna de los premiados con un Nobel de física sobresale por sus múltiples y extraños intereses, además de por su capacidad inventiva. No sólo fue uno de los más brillantes físicos experimentales del siglo XX, sino que dedicó mucho tiempo y esfuerzo a investigar campos que, al menos en principio, no le debían ser afines. Es más, aunque pueda pensarse que ese tipo de «aficiones» podían hacer de él alguien disperso, hay que recordar que era un tipo divertido, alegre y que sentía pasión por abordar todo tipo de retos. La experimentación era su vida, su pasión y su pasatiempo, así que aunque, en efecto, dispersó sus intereses en multitud de campos, logró algo que no consiguen muchas personas: disfrutaba como un niño con su trabajo diario. El premio Nobel de física del año 1968 le fue concedido por su decisiva contribución a la física de partículas. Claro está, el haber alcanzado la cima de su especialidad le permitió luego aventurarse en investigaciones «extrañas» sin que le miraran como a un bicho raro. Es más, lo que en boca de otros hubiera sonado demasiado extraño, aunque fuera plausible, se convertía en idea atractiva cuando Álvarez trabajaba sobre ello y, lo que es más sorprendente… ¡lograba financiación para sus «locuras»!

De entre todas sus investigaciones «de frontera», son tres las que hoy día se recuerdan especialmente. Por una parte, Álvarez investigó el asesinato de Kennedy, cuando se sintió intrigado por las imágenes de la famosa cinta del magnicidio grabadas por Abraham Zapruder. Entre muchas otras cosas, Álvarez era experto en óptica y análisis de imagen, por lo que se puso manos a la obra y diseccionó cada fotograma con suma precisión. Las conclusiones a las que llegó apoyaban la teoría general del FBI, pero también dejaron ver ciertos errores en los análisis de imagen de la agencia federal, lo que llevó a la redacción de un complejo informe que pasó a ser materia de estudio entre los expertos.

Luis Walter Álvarez también logró ser reconocido, junto con su hijo geólogo, por su célebre teoría que vincula la extinción de los dinosaurios a las consecuencias del impacto en la Tierra de un cuerpo extraterrestre. El descubrimiento de la anomalía de iridio ofreció apoyo a esta teoría. He mencionado el asunto muchas veces en TecOb, y hasta le dediqué un capítulo de mi primer libro, así que no comentaré nada más en este post.

Llega el momento de mencionar la tercera de las «extrañas obsesiones» de Luis Walter Álvarez, a saber, explorar las pirámides de Egipto para descubrir cámaras desconocidas en su interior por medio del uso de cierta tecnología que parecía de ciencia ficción. Vuelvo a repetir la idea inicial: si esto lo hubiera planteado cualquier otro, posiblemente no hubiera llegado muy lejos. Bien, pues Álvarez no sólo lo planteó, sino que lo llevó a cabo y hasta recibió apoyos para materializar la aventura.

El propio físico narraba de esta forma cómo nació su interés por curiosear en el interior de las pirámides1:

Cuando vi por primera vez las pirámides en el verano de 1962, de camino a una conferencia de física de altas energías en Ginebra, traté de imaginar cómo fueron construidas. Sin embargo, no fue hasta que me encontré en la Antártida durante diez días a principios de 1964, cuando encontré tiempo para pensar más profundamente acerca de las pirámides. Entonces me entusiasmé tanto que, cuando volví a Berkeley, tomé una gran pila de libros de la biblioteca y me centré en ellos durante semanas…

Álvarez logró reunir a un equipo internacional de físicos y arqueólogos, mayoritariamente estadounidenses y egipcios, para llevar a cabo el singular experimento de «radiografiar» una pirámide. El lugar elegido fue una cámara bien conocida, situada en el interior de la pirámide de Kefrén. Aunque la idea podía llevarse a cabo, no era algo precisamente barato y, además, el experimento tuvo que ser interrumpido en 1967 por la Guerra de los Seis Días. Cuando ya se había «escaneado» casi el veinte por ciento de la pirámide, sin encontrarse nuevas cámaras, se presentó un informe ante la American Physical Society. ¿Acaso hubieran encontrado algo interesante de haber continuado con el experimento? Mientras nadie lo vuelva a intentar, la pregunta queda sin respuesta. Ahora bien, personalmente me resulta más atractiva la idea en sí que la supuesta existencia de cámaras «secretas» en el interior de las pirámides.

Y esto es así porque la idea tiene mucha miga. Hay diversas formas de enfrentar el problema (ver fig.1). Por ejemplo, si colocamos una potente fuente de rayos X en la cámara que se encuentra en el interior de la pirámide, y cubrimos las caras del monumento con placas fotográficas, podríamos detectar las cámaras ocultas. Aquellas placas que mostraran una exposición diferente a los rayos X, servirían para localizar la presencia de espacios vacíos en el interior de la mole de piedra. La idea es buena, ¿no es así? Pues no, ni de lejos. La fuente de rayos X tendría que ser realmente potente, inmensa y, por ello, muy peligrosa, si se quisiera que los rayos llegaran al exterior, cosa realmente improbable incluso así. ¿Alguien imagina pirámides «radiactivas»? Por otra parte, ¿cuánto costaría «vestir» a la pirámide de Kefrén con placas fotográficas? Hoy día se podría utilizar otro tipo de sensor, pero tampoco sería económico.

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Figura 1. Esquema ideal del experimento con una fuente de rayos X.

Ahora bien, ya contamos con una potente fuente de radiación, siempre está ahí aunque no nos percatemos de ello. Se trata de los rayos cósmicos que, curiosamente, solucionan los dos problemas del experimento. Por una parte, nos ahorran introducir una fuente de radiación en el interior de la pirámide. ¡Ya llueve radiación sobre ella constantemente! Así que, gracias a ello, ahorraremos también en placas fotográficas, sólo habrá que «vestir» el interior de la cámara con detectores de rayos cósmicos y punto final. Decirlo es sencillo, llevarlo a la práctica no lo es tanto, porque el detector ya no será una placa fotográfica, sino algo mucho más sofisticado.

Los rayos cósmicos llueven desde todas partes del universo. Muchos de ellos interaccionan con átomos de la alta atmósfera generándose una cascada de partículas secundarias. De entre ese nuevo zoológico de partículas, nos interesan especialmente los muones, pues son capaces de llegar a tierra, es más, pueden atravesar la gruesa piel de piedra que rodea la cámara de la pirámide. Así pues, será un detector de muones lo que se colocará en esa cámara.

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Figura 2. Si en la pirámide de Kefrén existiera una cámara desconocida que ocupara un espacio similar al que ocupa la cámara del Rey en la pirámide de Keops, los datos procedentes del detector de muones bien podrían haber presentado el aspecto de este grupo de valores desviados positivamente, al contar los muones con menos roca que atravesar hasta llegar al detector.

En teoría, una cámara de chispas de la época sería ideal para detectar los muones que llueven sobre la estancia y, allá donde se detecte una variación mensurable sobre el fondo «constante» de la lluvia, será donde se encuentre un espacio secreto. El experimento, pese a lo complejo del majeno de los datos estadísticos que generaba, fue todo un éxito y, aunque en el tiempo en que pudo utilizarse no se descubrió ningún tesoro desconocido, ha quedado para la historia de la ciencia y la tecnología como uno de los experimentos más ingeniosos jamás ideados2.

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1 Véase el capítulo 16, titulado Using Cosmic Rays in the Search for Hidden Chambers in the Pyramids, de la obra Discovering Alvarez: selected works of Luis W. Alvarez, with commentary by his students and colleagues.
2 Para más información (y como fuente de los gráficos empleados en este post), véase: Scientist as detective: Luis Alvarez and the Pyramid Burial Chambers, the JFK Assassination, and the end of the Dinosaurs Charles G. Wohl. Lawrence Berkeley National Laboratory, Berkeley, CA 94720.

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Imagen de cabecera: Luis Walter Álvarez. Fuente: «Luis Alvarez – Biography». Nobelprize.org. 18 Nov 2011.