Los coches-avión de Marcel Leyat

leyatAl finalizar la Gran Guerra, una parte considerable de Europa se encontraba en ruinas y, para más desgracia, quienes soñaban con reanimar la industria se veían frenados por una grave escasez de materias primas. Curiosamente, en grandes depósitos de material se iban almacenando cientos de aeroplanos que ya no eran necesarios para el esfuerzo bélico, verdaderos cementerios de chatarra, triste recuerdo de una guerra de pesadilla.

Pero donde la mayoría veía un futuro bastante negro, otros entendieron que se hallaban ante toda una oportunidad. Uno de esos visionarios fue el industrial francés Marcel Leyat. Nacido en 1885, pudo contemplar con pasión cómo el mundo cambiaba a su alrededor. Siendo un chaval mostró gran interés en esos nuevos ingenios que de vez en cuando circulaban por las calles. Sí, los novísimos automóviles se convirtieron en su pasión pero, a la vez, los también novedosos aviones eran algo que no podía resistir. Estudió ingeniería y pasó a trabajar en una fábrica de hidroaviones, pero sus sueños de juventud no abandonaban su cabeza. Una pregunta que se hacía a diario se convirtió en su obsesión: ¿por qué no unir lo mejor de los aviones y de los automóviles en un solo aparato?

Con una licencia de piloto en su poder, comenzó a probar todo tipo de aeroplanos y llegó a construir uno propio. En 1913 creó un primer prototipo de avión sin alas equipado con una gran hélice frontal protegida por una estructura metálica. La Primera Guerra Mundial hizo que sus sueños tuvieran que esperar un tiempo y, precisamente con los excedentes de materiales militares al final del conflicto y ante esa escasez de materias primas que comenté anteriormente, encontró Leyat el ambiente ideal para dar forma a sus coches-avión, capaces de tomar piezas de aeroplanos almacenados con un coste relativamente bajo.

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Modelo «Hélica» 1921 de Marcel Leyat.

La aventura de Leyat le llevó a construir sus extraños coches desde 1919 hasta 1925, momento en el que decidió pasar a desarrollar aviones con formas de ala muy singulares. El diseño básico de todos sus modelos de coche-avión era el mismo: un «fuselaje» de madera en el que se acomodaban los ocupantes, por lo general en tándem, y un motor frontal con gran hélice propulsora, además de ruedas traseras directrices.


Vídeo en el que puede contemplarse una réplica de «Hélica» de Leyat en acción.

Aunque la prensa de la época lo presentó poco menos que como el «coche del futuro», apenas logró vender treinta unidades de sus diversos modelos. No creo que resulte extraño porque, veamos, se trataba de un verdadero misil ligero (la madera hacía que el conjunto fuera realmente liviano), muy ruidoso y tan veloz que, en 1927, uno de los prototipos logró alcanzar los 171 kilómetros por hora. Eso por no mencionar que llevar la hélice al frente, además de peligroso, no debía ser nada cómodo para los ocupantes. Leyat falleció en 1986 sin ver cómo sus coches-avión conquistaban el futuro, pero en el fondo él sabía que eso no iba a ocurrir. Quedó para la historia su visión de una serie de máquinas realmente asombrosas, mientras Leyat se retiraba del mundo de la invención para disfrutar sus últimos años, tal y como había hecho en su niñez, leyendo todo lo que caía en sus manos sobre una nueva conquista: el espacio.

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