Tesla, el gran fabricante de maravillas

Creo que hoy, cuando se celebran 153 años del nacimiento del gran Nikola Tesla, no habrá mejor forma de homenajearle por aquí que acudir a un documento de su época. Del número correspondiente al 16 de junio de 1899 de la revista Alrededor del Mundo, transcribo lo que en un artículo titulado «El gran fabricante de maravillas», comentaban sus contemporáneos, y él mismo, todo un testimonio apasionado y fascinante:

imgTesla está recibiendo las visitas de periodistas eminentes de Nueva York y maravillándolos con las demostraciones de sus inventos. Se entra en su laboratorio y lo primero que hace es coger unas bolas de cristal que instantáneamente se iluminan con tal viveza que parecen de fuego. Se las pasa por la cara, por la ropa, por el pelo y las pone en las manos de la persona que le visita, y en ninguna parte dejan rastro, porque no queman. Esas bolas contienen la luz del porvenir, una luz especial inventada por Tesla. Para hacer más patente la demostración, manda cerrar herméticamente las ventanas del laboratorio, toca un botón y en el acto aquel inmenso laboratorio se ilumina con una luz extraña tan hermosa y tan poética como la de la luna, pero tan intensa como la del sol, aunque no lastima los ojos.

Desde hace años Tesla venía buscando una nueva luz eléctrica que iluminase tanto como la del día. De que lo ha conseguido no hay duda. Está encerrada, como hemos dicho, en bolas de cristal perfectamente vacías, y dentro de las cuales no se ve alambre ni filamento alguno; tampoco se ve conductor que lleve a ellas la corriente. Para convencer al público de la bondad de su luz, Tesla ha decidido instalarla en los estudios de los principales fotógrafos de Nueva York y de Chicago:

«La razón por la cual he querido empezar por los fotógrafos –dice el inventor– es porque éstos son los mejores críticos en cuestión de luz. Si ellos me dan su voto, tengo ganada la batalla.»

Ya se han hecho fotografías con la luz inventada por Tesla y salen casi tan claras como las hechas con poderosos focos eléctricos. Otro de los experimentos con que el célebre electricista gusta sorprender a los que van a verle, consiste en dejar la habitación a oscuras y presentarse él despidiendo infinito número de chispas de gran longitud. Al hacerse de nuevo la luz, estrecha la mano de la persona que le visita y ésta sufre una sacudida tan fuerte como si hubiera cogido los mangos de una poderosa batería eléctrica. En inventor se ha convertido en un carrete vivo. Nikola Tesla, sin embargo, se ríe de esto, que llama chiquilladas, y sólo se pone serio cuando empieza a hablar de otros inventos suyos destinados, si se realizan, a hacer una gran revolución en el mundo.

Lo que ahora le preocupa más, después de su nueva luz, es el proyecto de emplear al sol como fuerza para accionar los motores de las fábricas, de los trenes, de los vapores, etc. Sobre una alta pared de mampostería tiene instalado un gran aparato, que enseña a todo el que quiere verlo. Consiste en un largo cilindro de cristal lleno de agua y rodeado por un círculo de espejos de grandes dimensiones. El techo que hay sobre el aparato es de cristal, y los rayos del sol después de pasar por él dan en los espejos, los cuales hacen más intenso el calor de los rayos, antes de lanzar éstos sobre el cilindro. El plan de Tesla es, como se ve, muy sencillo en principio, y según él mismo explica, consiste en concentrar el calor del sol sobre el cilindro de cristal por medio de una combinación de espejos y cristales de aumento que tenga por resultado un calor verdaderamente terrible. El cilindro está lleno de agua tratada químicamente, para que en brevísimo espacio de tiempo se evapore y se convierta en vapor y pase desde el cilindro, por medio de una cañería, a otra cámara. En ésta se hace que el vapor elaborado por el sol accione sobre un motor de construcción ordinaria, cuya potencia estará en relación con el tamaño del cilindro. Este motor engendrará electricidad, y la electricidad podrá usarse en el acto o ser almacenada para que se la gaste los días en que esté nublado.

«Por este sistema –dice Tesla– el coste de fabricar vapor para generar electricidad será infinitamente menor de lo que hoy cuesta sólo el carbón. Todo se reduce al natural desgaste de aparatos y a los sueldos de los ingenieros encargados de cada estación solar.»

Engendrada de esta suerte la electricidad, Tesla quiere transmitirla también a poco coste, y para ello ha pensado en suprimir los conductores; es decir, realizar en grande lo que Marconi está haciendo muy en pequeño y con muchos tanteos. Piensa instalar en los sitios donde haya grandes saltos de agua y, sobre todo, en el Niágara, estaciones centrales eléctricas. En cada una de éstas habrá una torre elevadísima, y atado a ella un globo cautivo. El cable conducirá la fuerza desde la fábrica hasta el globo. Allá arriba, en las alturas donde la atmósfera está muy rarificada, lo cual la hace ser una excelente conductora de electricidad, se dejará suelta la fuerza traída de abajo por el cable. En los sitios donde haya de ser utilizada esta fuerza, o en lugares intermedios, si la distancia es muy grande, se levantarán otras torres con sus correspondientes globos, en los cuales habrá aparatos encargados de recibir la electricidad de que estará cargada la atmósfera. Por el cable bajará la fuerza abajo de la misma manera que antes subió, y así podrá ser utilizada para la iluminación, para motores o para lo que se quiera.

Uno de los inventos más fascinadores de Tesla, si es que no lo son todos, es el que llama «telegrafía visual.» Con este aparato no se tiene más que mirar en el receptor de un teléfono ordinario para ver la cara y todo cuanto rodea a la persona con quien se está hablando al otro extremo de la ciudad o en otra población distante. El aparato está todavía en el periodo experimental, pero los ensayos han dado muy buenos resultados. En principio en que se funda este invento, es que las ondas de luz producen en la atmósfera impresiones, lo mismo que las del sonido. La cuestión era recogerlas, pues las impresiones de las ondas luminosas son infinitamente más delicadas que las de las ondas del sonido; se necesitaba, por lo tanto, un transmisor muchísimo más delicado. El selenio es una sustancia sumamente sensible y ha sido utilizado por Tesla en la construcción del aparato transmisor.

La fertilización de la tierra a poquísimo coste es otro de los problemas que declara tener ya resuelto. He aquí lo que dice:

«El principal constituyente de los abonos es el nitrógeno y todo el mundo sabe que éste forma cuatro quintas partes del volumen de la atmósfera. Siendo así, se me ha ocurrido pensar que es una tontería que los labradores gasten mucho dinero en comprar nitrógeno, cuando lo tienen de balde delante de los ojos. Lo que se necesitaba era el medio de separar parte de este nitrógeno del aire y depositarlo en la superficie de la tierra. A descubrirlo me he dedicado, y mi fertilizador eléctrico consiste en un cilindro de cobre puesto de pie, con una tapa que se puede quitar y poner, y con una espiral de alambre de cobre que corre a lo largo del cilindro. Atravesando el fondo de éste hay dos hilos que le ponen en comunicación con un dinamo especial construido por mí. Se coge una cantidad de tierra tratada por un preparado químico en forma líquida y se la echa en el cilindro. Se hace pasar una corriente eléctrica a través de éste y el preparado que hay dentro de él se descompone, el oxígeno y el hidrógeno son expelidos y en nitrógeno es absorbido por la tierra. De esta manera se produce un abono sumamente fuerte y que sale excesivamente barato. »

No se crean que son estas las únicas maravillas que promete Nikola Tesla. Habla también de entenderse por medio de señales con otros planetas, de levantar a los muertos que no estén bien muertos, de terminar todas las guerras por medio de una máquina terrible que tiene planeada, etc, etc.