Toreando automóviles en Madrid (1930)

Carl_SchleiffEl capitán Franz Carl Schleiff fue un as de la aviación alemana durante la Primera Guerra Mundial que contó con 21 aviones derribados en combate, luchando junto al célebre Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, o al menos eso era lo que afirmaba el personaje en las entrevistas que ofrecía después de sus espectáculos automovilísticos. Finalizada la contienda y tras haber perdido el brazo izquierdo, decidió dedicar su tiempo a idear nuevos modos de proteger a los automovilistas. Así desarrolló un nuevo sistema de parachoques deformable cuyo fundamento técnico puede consultarse en la patente estadounidense US 1717855 A, Shock absorber, especially for motor vehicles.

El parachoques de Schleiff permitía la absorción progresiva de la energía del choque logrando, al menos en teoría, que los ocupantes del vehículo no sufrieran grandes daños. El coche no llegaba a entrar en contacto con el obstáculo, pues el ingenioso parachoques de caucho elástico se encargaba de protegerlo. Claro, todo esto a velocidades moderadas, aunque en algunas pruebas realizadas incluso por encima de los cincuenta kilómetros por hora los resultados fueron buenos.

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El espectáculo de Schleiff en Madrid. Estampa, 31-1-1931.

El empeño de Schleiff era lograr que todos los coches del mundo llevaran su sistema parachoques y, para lograr ese objetivo, se embarcó en una serie de demostraciones espectaculares que le llevaron desde Nueva York a París, pasando por… ¡la plaza de toros de Madrid! Sí, en los convulsos días de diciembre de 1930, tuvo lugar una extraña «corrida de toros» en la plaza madrileña con el apoyo del Real Automóvil Club de España y a la que asistió un público numeroso.

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Triunfo del as de la aviación alemana en Madrid. Estampa, 31-1-1931.

Las pruebas consistieron en someter a un automóvil equipado con el novísimo parachoques a tres pruebas. Por una parte, chocó contra un vehículo parado. Luego, se estampó contra una barrera de madera y, finalmente, se estrelló contra un coche fijado al suelo de la plaza. Las velocidades rondaron siempre los 45 kilómetros por hora y, para sorpresa de los presentes, que estaban esperando ver una lluvia de chapas y tuercas, el coche soportó los tres violentos encuentros. Todo un espectáculo que pasó relativamente sin pena ni gloria en la prensa nacional, más ocupada en el grave clima político de la época que en espectáculos como el de Schleiff.