Jorge Loring, pionero de la aviación española

Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de mayo de 2014.

Dos líneas regulares tenemos establecidas actualmente en España. Una es la de Sevilla a Larache (…) que funciona con toda regularidad, siendo una de las líneas de mayor seguridad entre todas las establecidas en el mundo. Explotada por una compañía netamente española (…) realiza el servicio sin que se haya registrado accidente alguno, mereciendo sus técnicos y en particular D. Jorge Loring, la felicitación de la nación entera.

Fragmento de un artículo del ingeniero Vicente Burgaleta,
aparecido en la revista Madrid Científico, número 1.143, de 1925.

Loring, el Howard Hughes español

En la historia mundial de la aviación se pueden encontrar todo tipo de asombrosos personajes, pero en muy pocas ocasiones es posible concentrar en una sola persona la figura del piloto aventurero, el aviador de línea, el empresario de éxito y el ingeniero e inventor capaz de dar vida a sus propias criaturas volantes. Si acaso nos vendrá a la mente la excéntrica vida del célebre Howard Hughes, el multimillonario aviador estadounidense, pero por nuestras tierras se puede encontrar un caso similar.

Jorge Loring Martínez también diseñó sus propios aviones, era piloto y empresario, solo que su fortuna no llegaba, ni de lejos, al tamaño de la que le sirvió a Hughes para alcanzar sus metas. Si acaso, de haber contado con tal cantidad de recursos, hoy día Jorge Loring sería recordado en todo el mundo.

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Publicidad de la casa Loring. Fuente: Aérea, revista ilustrada de aeronáutica. Madrid, junio de 1927.

Nacido en Málaga en 1889, en el seno de una familia con grandes recursos económicos, se vio rodeado desde sus primeros años por un estimulante mundo de banqueros, industriales y políticos. No era mala situación, su destino parecía orientado hacia el mundo de la gran empresa y, sin embargo, la inquietud por conocer la razón por la que funcionan las máquinas y por las obras públicas le llevó a graduarse como ingeniero de caminos en 1912. Siendo joven ingeniero, ingresó en la administración pública y pasó a trabajar en Ciudad Real, pero la burocracia no era lo suyo. Había algo que le llamaba la atención por encima de todo, unas máquinas muy especiales, los artilugios voladores.

Nada pudo frenar sus deseos de volar y de construir aviones. En 1916 obtuvo un título de piloto de aeroplanos en la escuela aeronáutica de Getafe. Al poco, compró un avión de la casa de Louis Blériot construido bajo licencia en España. No le duró mucho el juguete, pues terminó destruido en un aparatoso accidente. Una mala experiencia, sin duda, pero aquello no frenó su impulso por volar. Al año siguiente pasó a ser director técnico de una empresa de Barcelona que disponía de talleres de aviones y automóviles, así como una escuela de pilotos. ¿Acaso había mejor ambiente para alimentar sus pasiones por la tecnología y la aviación? Había llegado el momento de volar en solitario.

El aviador integral: piloto, empresario e ingeniero

Con la experiencia acumulada, Jorge Loring comenzó su aventura empresarial en el mundo de las máquinas volantes. En los albores de la década de los veinte del siglo pasado se alió con el argentino Raúl Pateras Pescara para construir algo nunca visto. El objetivo de la aventura empresarial era la fabricación de helicópteros con hélices contrarrotativas diseñados y patentados por Pescara en España. Como experimento no estuvo nada mal, pero tuvo nulo recorrido comercial. Más suerte tuvo Loring poco después, al lograr la concesión del servicio aéreo entre Sevilla y Larache, localidad del por entonces conocido como Marruecos español. Fundó en 1921 la empresa CETA, Compañía Española de Transporte Aéreo, toda una aerolínea, la primera de transporte de pasajeros en España, que tuvo gran éxito hasta que pasó a formar parte del monopolio aéreo CLASSA, Compañía de Líneas Aéreas Subvencionadas. La empresa llegó a contar con tres aviones británicos De Havilland y cinco aviones construidos por el propio Loring, los R-III.

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Imagen de la Exposición Iberoamericana del Retiro, de 1926, en la que se puede ver el espacio de la Casa Loring con un avión R-III del ingeniero Eduardo Barrón y, detrás, un autogiro de La Cierva.

Además de línea aérea propia, Jorge Loring necesitaba pilotos. ¿Dónde conseguirlos? Lo mejor era formarlos, así que en 1922 creó una escuela de vuelo en el madrileño Carabanchel. El 14 de diciembre de 1927 la compañía aérea de Loring abrió la ruta Madrid-Barcelona, iniciándose así una tradición aérea que llega a nuestros días.

Cualquier máquina voladora le atraía, de ahí que en algo tan de moda en el primer cuarto del siglo XX como fueron los dirigibles también terminara centrado en su punto de mira. Así, junto con el inquieto y genial Emilio Herrera, negoció con la casa alemana Zeppelin la creación de líneas de vuelo de dirigibles entre Sevilla y Argentina. En abril de 1930 el Rey Alfonso XIII inauguraba en Sevilla la compañía que pensaba ofrecer vuelos de dirigibles hacia Buenos Aires, la Colón Transaérea Española. Una nueva aventura que no llegó muy lejos y que económicamente no salió nada bien.

Repasemos, Loring ya era piloto respetado, constructor de aviones y gerente de una empresa de dirigibles que operaba en dos continentes. Toda una brillante carrera que se completó con la construcción de los Talleres Loring, localizados como su escuela de vuelo en Carabanchel. Allí se fabricaron aviones de todo tipo, como algunos Fokker y Avro bajo licencia o varios modelos de autogiro del inolvidable Juan de la Cierva, como los C-7 o C-12. En 1931 Loring fundó una nueva empresa de construcción de aviones militares, la AISA. Fue su forma de salir de una crisis que a punto le estuvo de costar todo su patrimonio, llegando a tener que volver a retomar su trabajo en la administración para poder continuar con su aventura aérea. Económicamente sus proyectos no destacaban, pero siempre miraba hacia adelante con nuevas ideas y proyectos.

Por desgracia, se acercaban fechas funestas. Jorge Loring, monárquico y conservador, no era precisamente alguien poco conocido en un ambiente políticamente complicado que pronto se convirtió en terrorífico. Pese a saber que su vida estaba amenazada en el Madrid de comienzos de la Guerra Civil, Loring continuó trabajando en su fábrica de aviones de Carabanchel. El 22 de septiembre de 1936 fue fusilado en su propio taller. No está muy claro lo que sucedió, todo ha quedado en la bruma, no hubo juicio. Lo que se conoce con certeza es que los talleres de aviación de Loring fueron incautados y desmantelados para ser enviado todo el material a Alicante, lejos del asedio de Madrid. Después de la guerra la empresa volvió a sus actividades en Carabanchel, nuevamente como AISA, Aeronáutica Industrial SA, pero ya sin su tristemente desaparecido fundador.

De Madrid a Manila

El genio de Jorge Loring Martínez como constructor de aviones queda en el recuerdo no sólo en sus aventuras empresariales, sino también gracias las siete patentes que se conservan en el Achivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas, referidas todas ellas a aeroplanos, motores y hélices para aviación. Fue, precisamente, un avión de la casa Loring el que protagonizó otra singular aventura, esta vez lejos de lo empresarial. Era una aventura de las de verdad, arriesgada, osada y peligrosa.

El protagonista fue otro Loring, familiar de Jorge. Se trataba del gran aviador español Fernando Rein Loring. Parece que lo de volar era cosa que los Loring llevaban en la sangre. Y así, con gran audacia, el avión Loring y el piloto del mismo apellido fijaron su punto de destino en Manila. Volar desde Madrid a las lejanas islas Filipinas a principios de los años treinta no era algo para tomar a la ligera.

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Avión Loring E-II en el que voló Fernando Rein Loring desde Madrid a Manila en 1932.

No era la primera vez que se realizaba algo así, pero sí era la primera en que se intentaba en solitario. El avión de Fernando Rein Loring elegido para la ruta era un Loring E-II diseñado y modificado por el ingeniero Eduardo Barrón. Inspirado en un modelo de la casa Fokker, este avión estaba dotado de un motor en estrella de cinco cilindros y 100 caballos de potencia, muy fiable y robusto. El avión biplaza fue convertido en monoplaza con un espacio de almacenaje especial y depósitos de combustible extraordinarios. El aviador partió de Cuatro Vientos, en Madrid, el 24 de abril de 1932 y llegó a Hong Kong el 2 de mayo, después de un viaje en el que averías y mal tiempo estuvieron a punto de hacer que todo terminara en desastre. Tras diversos líos burocráticos, finalmente pudo volar hasta Manila, llegando el 11 de julio. Fue recibido en Filipinas como un héroe. Pero, no satisfecho con los resultados del viaje, Fernando organizó una nueva aventura a Manila, que llevó a cabo en 1933 ya con otro avión, un veloz Comper Swift.