Publiqué originalmente este artículo en la revista Historia de Iberia Vieja, número 99, septiembre de 2013.
«Vivir para ver», dice el viejo refrán castellano. Repitámoslo hoy, en que interesa tanto a la gente la nueva del descubrimiento de una especie de Iuz que no se ve, pero cuya intensidad de radiación, penetración y actividad es tal, que pasa al través de algunos cuerpos opacos, verdaderamente transparentes para ella, y que acciona como la luz ordinaria sobre las placas fotográficas, después de haberlos atravesado.
Fragmento del artículo “La luz X del Dr. Röntgen”,
aparecido el 30 de enero de 1896
en La Ilustración Española y Americana,
por Becerro de Bengoa.
Descubriendo lo invisible
A nadie le suena raro hoy el término “rayos X” pero, se uno se para a pensar, tal denominación suena de los más extraño. No es para menos, pues la “X” se colocó ahí precisamente para intentar dar nombre a una radiación incógnita, desconocida, misteriosa, de la que apenas se conocía nada. En algunas partes de Europa central y oriental se han llamado a los rayos X como rayos Röntgen, en honor del descubridor oficial de los mismos.
Bien, digo oficial porque en esto, como en casi cualquier otro ámbito de la ciencia y la invención, el personaje recordado no suele ser realmente el primero, sino el que más éxito hubiera logrado a la hora de dar a conocer o explotar una tecnología o invención. En el caso de los rayos X ese reconocimiento como descubridor le tocó al físico alemán Wilhelm Conrad Röntgen, claro que ese primer puesto fue disputado por otros y la polémica sobre el mismo tuvo sus batallas. Röntgen recibió el premio Nobel de Física en 1901 por su aportación a la hora de descubrir los inógnitos rayos. Curiosamente, el físico de poblada barba nunca quiso que la radiación recién descubierta llevara su nombre, prefiriendo sin dudarlo la curiosa denominación a la que ya nos hemos acostumbrado. Es más, tampoco quiso patentar su procedimiento para generar rayos X, pues no lo consideraba ético.
En realidad, el largo camino hacia los rayos X había comenzado unos años antes. El físico británico William Crookes dedicó mucho tiempo y esfuerzo a investigar lo que sucede en el interior de tubos especiales llenos de ciertos gases a baja presión o en los que se hubiera hecho el vacío. Diseñó un tipo especial de tubo con electrodos en sus extremos, al que se conoció como tubo de Crookes, que permitía investigar descargas eléctricas de alto voltaje en su interior. Y ahí es donde comenzó todo, pues experimentando con tubos de Crookes en 1887, el inefable Nikola Tesla se dio cuenta de algo muy extraño. Cuando se colocaban placas fotográficas en las cercanías del banco de experimentos con los tubos, éstas eran impresionadas de alguna “mágica” forma y a través de materiales opacos para formar imágenes muy poco definidas. Otros científicos fueron experimentando de la misma forma con idénticos resultados. Es curioso, pero ya entonces Tesla comenzó a sugerir que aquella radiación extraña que parecía emanar de los tubos de Crookes pudiera tener sus peligros. El tiempo le dio la razón.
Pero quien dio el salto hacia adelante en todo el asunto de los fantasmales rayos fue Röntgen. Sucedió la noche del 8 de noviembre de 1895. Röntgen se encontraba investigando la fluorescencia producida por rayos catódicos empleando un tubo de Crookes perfeccionado y una bobina de Ruhmkorff. A pesar de cubrir el tubo de vacío con cartón opaco, aparecía una fantasmal luminosidad proyectada en una placa exterior. ¿Cómo llegaba esa luminosidad hasta allí si el tubo se encontraba completamente cubierto? Al desconectar el tubo de la corriente, el fantasma desaparecía. Quedaba claro que aquello era una nueva radiación, desconocida y muy penetrante, invisible hasta que sus efectos se ponían de manifiesto en ciertos medios. Aquello parecía atravesar todo tipo de materiales, incluso el metal. Al exponer placas fotográficas a la radiación, experimentó sobre qué materiales eran más “permeables” a los mismos. Había nacido la radiografía.
Allí estaban los rayos X, de los que apenas se sabía cómo generarlos, al chocar los rayos catódicos con determinados materiales, pero poco más se podía decir. Pero su capacidad para penetrar en la materia y mostrar lo invisible llamó la atención desde el primer momento. Desde que Röntgen diera a conocer sus experiencias, una fiebre por los rayos X se desató en todo el mundo. Pocas veces un descubrimiento científico ha sido tan rápidamente divulgado y replicado como fue el caso de los rayos X. Tanto es así que, ya a principios de 1896, varios experimentadores en España estaban a punto de dar los primeros pasos en tan novedoso campo de estudio.
Los rayos X llegan a España
Hoy conocemos con detalle cómo se general y qué son los misteriosos rayos que merecieron la “X” para ser nombrados como muestra de lo extraño que resultaron en su tiempo. Se trata de radiaciones electromagnéticas muy especiales que han llegado a tener cientos de usos diversos, no ya sólo en la medicina sino en la industria y la investigación científica.
El descubrimiento de Röntgen fue acogido con entusiasmo por varios científicos en España, aunque también es cierto señalar que muchos otros fueron muy escépticos al respecto. En Barcelona, el catedrático de física Eduardo Lozano y Ponce de León fue el primero en experimentar con rayos X sobre placas fotográficas en tierras españolas a través de algunas pruebas con objetos inanimados. Sin embargo, si hubiera que buscar a un pionero singular en el campo médico relacionado con los rayos X en España, no hay duda de que habrá que nombrar a César Comas Llavería. Es más, no sólo fue pionero en los experimentos con rayos X y su aplicación médica en España, también dedicó grandes esfuerzos a lo largo de muchos años para implantar las más modernas técnicas radiológicas que iban surgiendo, a costa incluso de su propia salud.
César Comas obtuvo sus primeras radiografías en la Facultad de Medicina de Barcelona en febrero de 1896, apenas unos meses después de que Röntgen realizara sus experiencias en Alemania. Al poco, se publicó en Madrid, por parte de don Antonio Espina y Capó, el primer escrito médico acerca de los rayos X en España y pocos meses más tarde se abrió el primer centro radiológico médico de nuestro país, en Barcelona, a cargo de J. Pujol i Camps quien, por desgracia, también se convirtió en la primera víctima española, que se conozca, del uso sin protección adecuada de los rayos X.
Pero, volvamos la vista a César Comas. En aquellos primeros días del año 1896 era un chaval con poco más de 21 años de edad que cursaba las últimas asignaturas de su carrera de medicina en Barcelona. Pero, además, era fotógrafo, y de los buenos todo hay que decirlo. La pasión médica y la fotográfica se reunían en el mundo “mágico” de los rayos X. El nuevo descubrimiento le atrapó para siempre, dedicando el resto de su larga vida a explorar las posibilidades médicas de la nueva radiación recién descubierta. En ese tiempo el estudiante estaba encargado del gabiente fotográfico de la Facultad de Medicina de Barcelona. No contaba con muchos medios, pero su empeño en replicar lo que había logrado Röntgen hacía apenas unos meses, hizo que pidiera ayuda al catedrático de física y química don Tomás Eschiche para poder acceder a un tubo de Crookes propiedad del gabinete de física. Ayudado por el categrático de análisis químico don José Casares Gil, pudo por fin el bueno de César conectar adecuadamente el tubo con un carrete de inducción del laboratorio de la Facultad de Farmacia. Piezas diversas de origen dispar que, unidas, formaban la primera máquina de rayos X de España. Fue, precisamente en el laboratorio de la Facultad de Farmacia, donde el 2 de febrero de 1896 realizó César Comas sus primeras radiografías. Los resultados no fueron muy buenos, apenas unas manchas difusas en los negativos. Quedaba mucho por recorrer, ajustando la dispocisión del tubo, los tiempos de exposición, que eran muy largos por aquel entonces y otros muchos detalles.
Sin embargo, aquella fue la primera radiografía, como tal, realizada en España. Si bien, en el gabinete de Física citado ya se habían realizado experiencias son los novísimos rayos, cabe el honor de haber logrado esa primera impresión fotográfica al estudiante empeñado en lograr tal objetivo. Y a fe cierta que lo logró, y lo mejoró en muy poco tiempo. La Facultad de Medicina de Barcelona le alentó y apoyó en sus nuevos experimentos. César Comas contó entonces con todo el equipamiento necesario para hacer más pruebas en el laboratorio fotográfico que prácticamente era su hogar por aquel tiempo. No había terminado aquel mes de febrero cuando César ya había logrado mejorar su técnica hasta el punto de conseguir nítidas radiografías de todo tipo de objetos. Era el momento de pasar a la acción para descubrir el potencial médico de aquella tecnología.
La Facultad, a través de una comisión nombrada al efecto, dio por buenos los experimentos del estudiante que, en breve, ya sería médico. Aquellas experiencias fueron anunciadas el 24 de febrero de 1896, a través de una curiosa prueba de radiografía pública. El experimento duró poco más de 35 minutos, tiempo en el que la placa fotográfica fue expuesta a los rayos X, mientras diversos expertos iban comentando detalles acerca de lo que allí se estaba viviendo. Al finalizar el proceso, el zumbido de la máquina se apagó. Al poco, procesado el negativo, apareció nítidamente una inscripción a modo de fotografía, en la que podía leerse con claridad el texto perfilado en una placa de metal que, al ser atravesada por los rayos X había dejado marcada la frase: “Facultad de Medicina de Barcelona”, junto con la fecha en la que se realizó la demostración. ¿Acaso había mejor forma de anunciar día tan señalado?
César Comas, el radiólogo
Aquella no fue sino la primera piedra en un edificio impresionante, a saber, una carrera que duró décadas al servicio de la radiología médica. César Comas Llabería, quien llegó al mundo en Barcelona en 1874, abandonando la vida en la misma ciudad en 1956, fue todo un ejemplo de dedicación y sacrificio. Es triste que hoy apenas sea recordado, cuando dio, literalmente, su brazo por la ciencia. Y digo bien, literalmente, porque terminó perdiéndolo, como mostraré a continuación.
Volvamos por un momento a 1896. Fue el 22 de junio de ese año cuando César Comas obtuvo su título de Licenciado en Medicina. A partir de ese momento no descansó ni un momento en su carrera como médico y científico. En 1897 obtuvo el grado de Doctor, apenas un año después de completar su licenciatura. La fotografía seguía siendo su pasión, algo que ya era mucho más que una afición desde que fuera nombrado fotógrafo de la Facultad de Medicina de Barcelona en 1892, con apenas dieciocho años.
Uniendo la pasión médica y la fotográfica, César Comas se asoció a un familiar también médico, el doctor Agustín Prió Llabería, para crear un gabinete radiológico. Aquella aventura comenzó en Barcelona hacia 1898. La pareja de investigadores no descansaba a la hora de experimentar con todo tipo de nuevas técnicas, poniendo a la vez sus instalaciones al servicio de los hospitales cercanos. A partir de ahí se inició una relación muy fructífera, que duró décadas, con diversos centros médicos, para llevar a cabo todo tipo de pruebas diagnósticas. Miles de pacientes encontraron alivio, un buen diagnóstico y tratamiento en las manos de los Llabería, pero éstos tuvieron que pagar un precio por ser pioneros.
Tanto César como Agustín sabían que la exposición prolongada a los rayos X podría ser peligrosa, pero se desconocía hasta qué punto podría afectarles. Por eso, llegaron a un pacto. A la hora de manipular las máquinas de rayos X sólo emplearían una de sus manos. Era la mejor forma de descubrir cómo crear protecciones adecuadas, ¡exponiendo su propio cuerpo a la radiación! Y, así, Agustín Prió expuso su mano derecha, mientras que César Comas lo hizo con la izquierda. Pasados varios años sucedió lo que temían. Agustín enfermó de cierto tipo de cáncer en su brazo derecho. A pesar de que fue amputado, era demasiado tarde para él, la enfermedad se había extendido, terminando con su vida. Más suerte tuvo César quien, a pesar de sufrir también de cáncer y de perder su mano izquierda, logró sobrevivir hasta ser octogenario. Una larga vida dedicada a la mejora de la tecnología radiológica que comenzó un día de febrero de 1896, con la primera radiografía realizada en España.