El caso Miyakawa, o cuando el arte puede meterte en un lío muy grave

Habrá quien diga que el objeto de comentario de este post no tiene nada que ver con el arte, por eso aviso desde este momento que no voy a tratar de eso ni de lejos, sino que simplemente voy citar algo que me ha llamado la atención y nada más. Veamos, leyendo Atmospheric Monitoring with Arduino, libro escrito por Patrick Di Justo y Emily Gertz en el que se muestran diversos tipos de instalaciones sobre sensores atmosféricos y similares, llegué a una advertencia sorprendente pero, a la vez, muy lógica.

NYPorque… ¿en qué estaba pensando el protagonista del caso que voy a citar? Sí, en qué narices estaba pensando porque el problema estaba a la vista solo que, puede que por idealismo o por ingenuidad, no cayó en que se estaba metiendo en un lío. El libro sobre sensores y monitorización ambiental cuenta con una serie de advertencias. Una de ellas consiste en la necesidad de avisar a la policía o a la autoridad municipal adecuada, y solicitar el permiso correspondiente, en el caso de que se desee dejar cualquier tipo de sensor en la vía pública. Muy lógico, ¿verdad? Bien, el gran lío en el que se metió Takeshi Miyakawa es empleado como ejemplo palmario de lo que no hay que hacer.

Miyakawa es un artista y diseñador japonés que lleva más de dos décadas viviendo en Brooklyn. La ciudad de Nueva York le encanta, para él no sólo es su hogar, sino motivo de inspiración y, por ello, quiso compartir ese amor por la Gran Manzana de una manera que entendía como muy original. Sucedió en el mes de mayo del año pasado, cuando Miyakawa desplegó sin previo aviso en diversos puntos de la vía pública una serie de instalaciones artísticas a modo de carta de amor a la ciudad. Esas instalaciones consistían en bolsas de plástico colgadas de árboles o farolas que, iluminadas desde el interior por medio de una pequeña batería y un circuito muy sencillo mostraban orgullosamente el clásico «I ♥ NY«. A Miyakawa le pareció buena idea aquella carta de amor a la ciudad, pero la policía no pensó lo mismo. De nuevo… ¿a quién se le ocurre? Desde el 11 de septiembre de 2001 la seguridad en Nueva York es algo con lo que nadie se atreve a jugar. Donde Miyakawa veía arte, la policía sólo contemplaba posibles artefactos explosivos. Al examinar una de aquellas bolsas, después del aviso de un vecino de Brooklyn, la policía se alarmó. Claro, tenían una bolsa de plástico colgada de lo alto, con cables, una batería y algunos led.

Se armó un gran lío. Llegaron los artificieros, se cerró al tráfico parte de la calle por seguridad y se procedió a idenfificar el objeto. Miyakawa fue detenido no mucho después mientras se encontraba instalando una nueva «carta de amor a la ciudad» en otra calle. Su obra de arte se convirtió en prueba de varios delitos, a saber, se le acusó de varios cargos de imprudencia temeraria, de colocación de falsas bombas y de cometer actos ciminales. Desconozco si se ha celebrado juicio, cosa que estaba pendiente. Se solicitó una evaluación psiquiátrica de Miyakawa, algo que fue tomado casi como un insulto personal por varias comunidades de artistas locales que veían en las instalaciones del osado japonés algo realmente original.

Al parecer, tal y como explican los autores del libro, esa misma historia se ha repetido varias veces, aunque sin la gravedad del caso de Miyakawa. Por ejemplo, se menciona el caso de un grupo de investigación de la Universidad Carnegie-Mellon que instaló en diversos puntos de la ciudad de Pittsburgh varias unidades sensoras para medir ciertos parámetros ambientales. En este caso cada instalación estaba debidamente identificada como perteneciente a un experimento científico. Sin embargo, de poco sirvió, pues la policía comenzó a recibir llamadas de aterrorizados ciudadanos que creían ver bombas. Al parecer, se pudo continuar con el experimento tras duras negociaciones con el municipio, pero a punto estuvo de montarse un lío muy grave.

Más información y fuente de la imagen: Designboom – brooklyn artist takeshi miyakawa arrested for ‘planting false bombs’.