Los árboles lunares

emblemaHe aquí una anécdota intrascendente pero muy curiosa. Tras rozar la tragedia con el Apolo XIII, la NASA necesitaba una alegría, una misión impecable con la que retomar con ganas la exploración espacial. La misión Apolo XIV partió hacia la Luna el último día de Enero de 1971, entre el resonar majestuoso de las toberas de su vehículo lanzador, el Saturno V. Al contrario que su antecesor, el módulo de descenso Antares logró alunizar con éxito y si novedad en las arenas lunares de Fra Mauro. Allá, en la superficie de nuestro satélite, se lo pasaron de miedo Alan Shepard y Edgar Mitchell. Digo bien, se lo pasaron en grande, porque además de experimentos, montajes de aparatos de investigación científica y recolección de rocas y polvo lunares… ¡jugaron al golf! Bueno, más bien fue Shepard el que jugó, para cabreo de los técnicos de tierra que no se habían dado cuenta del insólito equipaje que el astronauta ocultó entre su «mochila». En concreto, la cabeza de un palo de golf y dos bolas que envió al quinto pino desde la superficie lunar mientras en control no daban crédito a lo que veían. Mitchell no quiso quedarse atrás, así que se dedicó a simular un lanzamiento de jabalina con un objeto de la expedición y declaró inauguradas las primeras Olimpiadas Lunares. En verdad, los técnicos de la misión no sabían si aquello que había comenzado como una seria expedición científica no se estaba convirtiendo en un circo espacial.

Mientras tanto, tratando de estudiar el interior de la Luna, se hizo colisionar la tercera fase del Saturno V contra la superficie del satélite para que las oscilaciones producidas fueran registradas en los sismógrafos dejados por otras misiones Apolo. Y, ya de paso, unos fuegos artificiales. Hicieron explotar diversas cargas explosivas para estudiar, igualmente, el interior lunar por medio del estudio del comportamiento de las ondas al atravesar «suelo» selenita.

Así, entre explosiones, experimentos de síntesis química y juegos de todo tipo, se llega a la anécdota que deseaba recordar. La misión, como puede verse, fue de lo más divertido, pero allá arriba, en órbita lunar, no podía participar de los juegos el tercer miembro de la tripulación. Se trataba de Stuart Roosa quien, a bordo del módulo de mando Kitti Hawk, daba vueltas al satélite esperando que regresaran sus dos chistosos compañeros. Pero Roosa no estaba solo, todo un «bosque» lo acompañaba. El astronauta había sido guarda forestal hacía años y tenía muy buenos recuerdos del tiempo que pasó oteando el horizonte buscando signos de incendios desde una torre metálica en medio del bosque.

Conociendo esto, Ed Cliff, director del Servicio Forestal de los Estados Unidos, contactó con Roosa. Así fue como en su equipaje encontraron lugar cuatrocientas cincuenta semillas de diversas especies de árboles que, tras su regreso a la Tierra, fueron plantadas para averiguar si su breve estancia en el espacio las había modificado de alguna manera. Al parecer, los árboles surgidos de aquellas semillas no se diferencian en nada de sus hermanos «terrestres». Hoy, los conocidos como árboles lunares, que pasaron bastantes horas con Roosa a bordo del módulo de mando cuando sólo eran unas insignificantes semillas, crecen en muchos lugares del mundo.

Más información: The «Moon Trees»