Martín Sarmiento y un misterio geográfico en el Palacio Real de Madrid

AVISO: Este artículo es una versión reducida del que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja en su edición del mes de julio de 2012 y, además, puede considerarse como complemento de un post anterior en TecOb sobre el mismo tema.

…deben escoger los españoles por primer meridiano para los mapas el meridiano que pasa por el mismo cabo de Finisterre, que es término y fin del mundo viejo, y de modo que sea el medio de los dos globos del planisferio geográfico, con 180 grados de longitud al poniente y 180 al oriente. (…) Y para saber la longitud es pura materialidad que el primer meridiano general, pero ad libitum, de los mapas se coloque aquí o allí. Con añadir o restar grados, todos los mapas antiguos y modernos pertenecientes a España se podrán reducir y rectificar acomodándolos al meridiano del cabo de Finisterre, que debe ser el primer meridiano de los españoles. He estado en lo más alto de ese famoso cabo y tiene la singularidad de que le baña la espaciosa bahía de Finisterre, capaz de mil naves de línea, y en cuya orilla está la villa y puerto de Finisterre. Aún hay más: esa bahía se va estrechando a formar la ría de Cee y Corcubión, que también admite navíos de línea por las muchas brazas que tiene de profundo.

De historia natural y de todo género de erudición. Martín Sarmiento.

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La placa con información geográfica protagonista de este artículo.

Caminando recientemente por el Paseo del Espolón en Burgos , caí en la cuenta de que varias estatuas de vetustos reyes de España procedían originalmente del Palacio Real de Madrid, y eso me trajo a la memoria cierto misterio geográfico muy poco conocido o comentado que tiene la ventaja de ser accesible y hasta de poder pisarse sobre él si así se desea. Todo lo que sigue no ha sido sino fruto de una de esas casualidades que sirven para ir tirando de un fino hilo para tramar una historia realmente curiosa y casi olvidada.

Martín Sarmiento y las estatuas errantes

Fray Martín Sarmiento es una de esas figuras que aparecen de vez en cuando en la historia como ejemplo de energía sin límites y pasión infinita. El Padre Sarmiento fue un escritor y erudito benedictino que vino al mundo en Galicia, aunque algunos autores afirman que lo hizo en León, cosa que no importa mucho realmente, allá por 1695. Vivió con plenitud hasta finales de 1772 y, en todo ese tiempo, tuvo ánimo para dedicarse a gran número de actividades sin que por ello cayera en la mediocridad. Pasó su juventud en Pontevedra y, con 15 años de edad, pasó a estudiar en Madrid, donde ingresó en la Orden Benedictina. Más adelante estudió en otros lugares de España, como Salamanca, para formarse como teólogo y filósofo. Siendo ya todo un erudito, estuvo siempre cerca de lo más alto de la intelectualidad del país, como el Padre Feijoo. Fue profesor en Madrid, estudió con ahínco lingüística, defendió el uso del gallego y publicó centenares de obras de todo tipo, desde las de tema filosófico hasta las más políticas o prácticas con asuntos geográficos y de comercio, botánica, tecnología y, en general, cualquier tema que pudiera ver algo provechoso para el país. Durante toda su vida empleó sus conocimientos para luchar contra la superstición y llevar allá donde pudiera aquellos saberes, fomentando la creación de bibliotecas populares y estudiando tradiciones locales, sobre todo las gallegas. Realmente, aunque era un hombre ilustrado con mentalidad propia de su época, fue mucho más allá de lo usual por entonces. Puede decirse que iba más de un siglo adelantado a sus contemporáneos, luchó por la difusión libre de la cultura y por la creación de instituciones científicas fuertes, así como de jardines botánicos como el de Madrid. Y, de toda esa actividad y conocimiento enciclopédico nació el misterio geográfico al que quiero referirme.

Dado el prestigio de Martín Sarmiento en todas las ramas del saber, considerado como un erudito sin igual, recibió un encargo muy singular, a saber, diseñar el plan para decorar el Palacio Real de Madrid, que se encontraba en construcción. ¿Y cómo respondió Martín a semejante reto? Pues ni más ni menos que con un proyecto para reflejar la historia de la monarquía en España en todo su detalle. Quede claro que la palabra mágica es “detalle”, porque al bueno de Martín se le ocurrió ir donde nadie había llegado antes. En primer lugar realizó una lista minuciosa de todos los reyes hispánicos y, con ella, diseñó un plan para decorar la balaustrada del palacio gracias a grandes estatuas representando dichos monarcas. En total, más de cien monumentales estatuas elevadas en lo alto del palacio que suponían un recorrido histórico por la historia de España nunca antes visto. El plan no se completó del todo, pero no importó mucho porque a finales del siglo XVIII el arquitecto encargado de finalizar las obras del palacio, Sabatini, solicitó que se retiraran porque no le parecían muy adecuadas para el estilo del edificio. Y, así, comenzó el viaje de las estatuas ideadas por Martín Sarmiento de acá para allá. Algunas se perdieron para siempre, otras fueron duplicadas, el caso es que hoy día hay estatuas de la colección del Palacio Real en Burgos, como ya comenté, y en Vitoria o Pamplona, así como en diversos lugares de Madrid, destacando la Plaza de Oriente, los Jardines de Sabatini o el Retiro. En el Palacio Real finalmente fueron colocadas de nuevo en lo alto algunas de las estatuas, incluyendo curiosamente las que se refieren a personajes de la conquista americana, como Moctezuma o Atahualpa.

Mirando a la Plaza de Oriente

Aunque había pisado anteriormente por allí, nunca me había fijado en aquel detalle. De hecho, pasan por el lugar miles de personas al cabo del año y pocos parecen atender a cierta marca cartográfica que, a la vista de todo el mundo, duerme con su secreto frente al Palacio Real de Madrid, como guiño histórico dejado ahí posiblemente por el propio Martín Sarmiento.

A principios del mes de marzo de 2012, recorriendo el Madrid de los Austrias, me lanzó Jesús Callejo todo un reto. Sin darme ningún detalle, me condujo hasta la Plaza de Oriente, justo al enlosado que se extiende frente a la entrada principal del Palacio Real que mira hacia la plaza, vigilados por algunas de las estatuas errantes de la colección de Martín Sarmiento.

Allí, frente a un guardia de serio aspecto, aparecía en medio del suelo una losa muy especial. Jesús me lanzó entonces el desafío. Debía averiguar qué indicaba la numeración que aparecía en la losa. A primera vista está claro que es una indicación geográfica de longitud, y puede que por eso casi nadie haga caso de ella. Pero si se toma un mapa, o se sitúa un GPS en el lugar, se verá que la coordenada allí marcada no tiene nada que ver con la “real”. ¿A qué se debía el supuesto error? Por supuesto, atendí al reto con la confianza de que podía resolverlo, no tardé en darme cuenta de que el problema era más complicado de lo que parecía a primera vista.

Como todos sabemos, para localizar un punto cualquiera sobre la superficie terrestre basta con conocer su longitud, por ejemplo con respecto al meridiano de referencia, o de Greenwich, y la latitud en relación al ecuador, si además se cuenta con el dato de la altitud sobre el nivel del mar, ya tendremos más que suficiente para llegar al lugar marcado con una “X” en el mapa. Ahora bien, los marcos de referencia empleados actualmente no han sido siempre los mismos, he ahí el origen del misterio porque las cosas cambian con el paso del tiempo, aunque parezcan inmutables en el día a día. La losa blanquecina circular que se sitúa frente a la entrada principal del Palacio Real en la fachada que mira a la Plaza de Oriente reza de esta manera: 5º34´52″. Además, una cuña oscura parte del centro del círculo abriéndose hacia el oeste. ¿Qué nos indica semejante numeración? Lo que sigue no es más que un intento por desentrañar el misterio, con un error de bulto por mi parte incluido.

Desvelando un viejo misterio geográfico

En un principio creí tener la solución, es más, en un destello de orgullo pensé haber resuelto el problema prácticamente sin pensar. Como suele suceder en casos así, cometí un error de esos que merecen ser recordados para escarnio de quien los comete. El proceso de pensamiento era completamente lógico, pero el resultado pecaba de mal uso de la memoria y, por supuesto, de falta de los debidos cálculos. Estaba claro que la cifra marcada en la losa, que cualquiera que visite la plaza puede localizar y disfrutar, no era correcta si se tomaba el meridiano de Greenwich como referencia de longitud. Ahora bien, ¿qué otros meridianos eran los empleados como referencia cartográfica en la época en que se levantó el palacio? De forma automática me contenté con pensar que se trataba del Meridiano de París, muy utilizado sobre todo a principios del siglo XIX. En España se usó bastante el de Cádiz, pero la cifra no me encajaba bien. El Meridiano de París, es la línea imaginaria tomada como referencia de longitud terrestre que pasa por el Observatorio de París. Fue en 1884 cuando durante la Conferencia Internacional del Meridiano se fijó en el británico Meridiano de Greenwich la línea de referencia de la longitud a tener en cuenta por toda la cartografía a partir de entonces. Así, el “meridiano cero” pasó de París a Londres y asunto resuelto. En conclusión, la curiosa placa que descansa frente al Palacio Real tomaba como referencia el Meridiano de París. Parecía lógico, pero nada más lejos de la realidad, estaba completamente equivocado.

Al poco de llegar yo a esa conclusión, y con la arrogancia de no haber realizado siquiera un cálculo aproximado, atribuyendo al meridiano equivocado la solución al misterio, recibí la inestimable ayuda de Mario Velasco, a su vez asistido por Guillermo Martín, a quienes estoy muy agradecido por sacarme del error. La solución final fue realmente sorprendente y deja constancia de que la placa es un todo un guiño singular del propio Martín Sarmiento. Veamos qué sucede si calculamos un poco.

El principal problema estaba en que el Meridiano de París no encajaba nada bien en la cifra. Incluso suponiendo que se hubiera cometido un error de medida relativamente grande, la discrepancia era enorme. Tomando el Meridiano de París, sumando 2°20′14″ E, que es la posición de ese meridiano con respecto a Greenwich, a la posición del Palacio Real de Madrid, 3°42′50″ W, se obtienen 6°03′04″ W, algo muy diferente a los 5°34′52″ cincelados en el suelo. La diferencia es de 28′12″. Teniendo en cuenta que un grado de meridiano mide 111,325 kilómetros en el Ecuador y 0 en el polo, a 40º N, que es la latitud de Madrid, un grado viene a medir 85,275 kilómetros. En conclusión, si se toma como referencia el Meridiano de París, se comete un error de 28′12″, que son 0,47°, esto es, una distancia de 40 kilómetros.

De acuerdo, mi primera impresión estaba completamente equivocada pero, ¿qué meridiano se pudo tomar como referencia? Ahí entra en juego el detalle de la flecha oscura que aparece en la losa, había que mirar hacia el oeste. ¿Podía ser Lisboa? No era mala idea, pero no terminaba de encajar. La solución propuesta por Mario Velasco, en cambio, sí daba solución al enigma. Dibujando dos meridianos, a este y oeste de la longitud del Palacio Real, 3°42′50″ W, aparecen dos posibles meridianos de referencia, uno a 9°17′42″ W y otro a 1°52′02″ E, siempre respecto a Greenwich. El meridiano dibujado hacia el este no tiene ningún interés. En cambio, el dibujado en el oeste cruza de lleno un lugar conocido por todos: Finisterre. Ahora bien, ¿existió alguna vez un Meridiano de Finisterre? Pues sí, en la mente de Martín Sarmiento, quien propuso su uso para la cartografía española, sin que le hicieran mucho caso todo hay que decirlo. Así, en la obra citada al comienzo de estas letras, nos comenta el propio Martín:

El cabo de Finisterre es un punto fijo, conocido y reconocido de todo el mundo desde que hay navegación. Está entre dos puertos capaces de navíos de línea en las dos rías de Muros y de Camariñas, y tiene a sus pies otros dos puertos tan capaces en la villa de Finisterre y en la de Corcubión. El cargar yo tanto la mano para que en el dicho cabo se coloque el primer meridiano de los españoles es porque, si se informa al rey que eso conviene y su majestad consiente, se le pueda informar también de las muchas utilidades que se podrán seguir si se quiere utilizar la proporción que aquel terreno, con sus cuatro puertos mayores, tiene para la pesquería, comercio en tiempo de paz y de guerra, contra enemigos, corsarios y piratas…

Ahí está la solución. Muy posiblemente el Padre Martín Sarmiento dejó para la posteridad, en el suelo frente al Palacio Real, esta pequeña placa que muestra su empeño en convertir el Meridiano de Finisterre en la referencia cartográfica española. Hoy, la placa duerme olvidada frente a la cercana sombra de varias de las estatuas que el propio Martín soñó que poblaran las alturas del Palacio, en un tiempo en que el meridiano cero se sitúa en plena ciudad de Londres.