Tortazo en el Sena

Marques_de_BacquevilleEl recuerdo del vuelo de John Moisant con su gato y su mecánico sobre el Canal de la Mancha que mencioné hace poco me hizo recordar la aventura de Jean-Pierre Blanchard quien, junto con el polifacético estadounidense John Jeffries, cruzó el mismo impedimento acuático. Eso sucedió el 7 de enero de 1785. Hay que reconocer que se debe ser muy temerario para sortear el Canal con un vetusto globo de hidrógeno, y además en invierno.

Bien, el caso es que al recordar a Blanchard me llegó otro de esos destellos del pasado que tantas veces me ponen sobre la pista de historias leídas hace ya mucho tiempo. No caí en la cuenta al principio, pero tuve la sensación de haber visto a otro francés volando por los aires mucho antes que Blanchard, y no precisamente en globo. Al final caí en la cuenta sobre la fuente original, así que busqué un viejo número de la revista Cabinet Magazine y, en efecto, ahí estaba la cita original. Clive Hart, en su libro The Prehistory of Flight (University of California Press, 1985), tuvo la paciencia de reunir decenas de casos de personas que habían intentado volar con aparatos más pesados que el aire antes del siglo XIX. Muchos de ellos ya han aparecido por aquí, en TecOb y, como puede suponerse, en su mayoría terminaron bastante mal para sus protagonistas. En la colección impresa en el libro y en la citada revista aparecen solo algunos ejemplos, pero en la web de Cabinet Magazine el autor ha ampliado la lista hasta convertir el conjunto en una sorprendente colección de locos de la aviación… ¡anteriores al propio avión!

Ahí se encuentra la referencia que buscaba. En fin, tirando del hilo y recuperando algunos textos perdidos en una maraña de fichas, cabe recordar al magnífico Jean-François Boyvin de Bonnetot, más recordado como Marqués de Bacqueville. Nacido en 1688, puede decirse que no se mantuvo quieto ni un momento, hasta que siendo ya anciano pereció en un incendio que destruyó su residencia. Tan raro era el bueno del Marqués, al menos según los ojos de sus contemporáneos, que se cuenta que su mujer le abandonó porque no aguantaba sus extravagancias de entre las que, sin duda, la mayor fue la de inventar una especie de avión. Claro, podía inventar lo que quisiera, porque no es raro ver en la historia gentes que han pensado en artilugios para volar como las aves, pero de ahí a saltar desde una azotea media un abismo. No dudo que le faltara un tornillo, pero su osadía no terminó tan mal como en otras ocasiones, cuando los protagonistas de aventuras similares acabaron sin remedio en el cementerio.

El 19 de marzo de 1742 fue un gran día en París. La multitud reunida a orillas del Sena esperaba el gran tortazo, porque al Marqués no se le había ocurrido otra cosa que anunciar a lo grande que, aquella misma mañana, volaría desde lo alto de un edificio de lo que hoy es la Quai Voltaire y, tras recorrer unos doscientos metros por los aires, se posaría tranquilamente en los jardines del Palacio de las Tullerías. Las apuestas no podían estar más en su contra, prácticamente todo el mundo estaba seguro de que el «loco» vestido con un extraño artilugio a modo de arnés y rodeado de correas pensadas para animar grandes alas planas iba a caer a plomo desde las alturas y moriría al instante. Pero no, nada de eso sucedió, porque ante el asombro de los presentes, el Marqués «planeó» un largo trecho hasta que perdió el control y fue a estamparse contra una barcaza amarrada en el Sena. Mucha suerte tuvo, porque de no encontrar aquel barco, a buen seguro que hubiera perecido ahogado, arrastrado hasta el fondo del río por su extraño traje de vuelo. Total, algún hueso roto y poco más. Es curioso, entre los espectadores de tan singular vuelo se encontraba Jean-Jacques Rousseau, que se inspiró en lo visto allí para escribir aquel mismo año su obra El nuevo Dédalo.