Hombres de vapor

Cada época tiene su tecnología favorita o, al menos, un conjunto de técnicas sobre las que se centran muchas esperanzas y miedos. A lo largo del siglo XIX el vapor fue el protagonista absoluto y, cómo no, en la imaginación encontró un ambiente propicio para extender su influencia. Se imaginó un futuro con gigantescas máquinas de vapor capaces de conquistar incluso el espacio así que no extrañará que se pensara también en sirvientes con forma humana animados por pequeñas calderas de vapor.

Como si se tratara de émulos del legendario hombre de palo que ideó Juanelo Turriano en el siglo XVI, fueron varios los inventores que desearon llevar a la vida a golems de hierro y vapor. Sólo unos pocos pasaron del deseo a la acción, aunque sus androides a vapor nunca llegaron a ser algo más que atracciones de feria con cierto toque siniestro. Por ejemplo, en 1893 un tal George Moore ideó un hombre de vapor que excitó la imaginación de quienes contemplaron el prototipo de lo que iba a ser todo un ejército de sirvientes capaces de liberar a la humanidad de los trabajos pesados o repetitivos… ¡y eso que la era de las cadenas de montaje ni siquiera había comenzado su reinado! El diario La Iberia, en su edición correspondiente al sábado 24 de junio de 1893 expresaba su asombro sobre el hombre de metal y vapor de la siguiente forma:

Desde la aplicación del vapor como fuerza motriz se han construido locomotoras de todas formas aplicables a correr sobre carriles o por caminos ordinarios, pero hasta aquí jamás se había dado a la locomotora el aspecto de un animal cualquiera, ni se había tratado de copiar mecánicamente los movimientos de este último, aplicándose siempre la fuerza a producir la rotación de una rueda.

Los visitantes de la Exposición de Chicago tienen ocasión de admirar la forma más original de motor térmico que se ha construido en el mundo. El inventor de este prodigio de originalidad, Mr. George Moore, profesor en el Canadá, ha tenido la humorada de vestir a su hombre de vapor con una armadura de la Edad Media y de colocarle un cigarro en la boca, cigarro que sirve de válvula de salida para el vapor a la vez que constituye el más tremendo de los anacronismos (…)

Es curioso el imaginarse una máquina de este nuevo tipo enterrada en unas ruinas durante muchos siglos y a un arqueólogo del porvenir devanándose los sesos por averiguar la época de su construcción. (…) El hombre de vapor es una locomotora que no rueda, sino anda. El tronco del maniquí encierra una caldera calentada por gasolina y que presenta gran superficie a la calefacción; el motor, colocado debajo de dicha caldera, tiene una potencia de más de medio caballo a pesar de lo reducido de sus dimensiones con relación a su gran velocidad angular, qeu pasa de 3.000 vueltas por minuto. Los gases desprendidos del hogar se escapan por la parte superior de la cabeza y forman el penacho del casco, que esta vez es más ondulante que los antiguos de plumas.

El nivel del agua está colocado detrás del cuello y la coraza se abre como una puerta de dos hojas, dejando al descubierto todo el mecanismo para su manejo y cuidado; el resto del tronco se compone de láminas de estaño de diferente grueso, según sus posiciones; la velocidad de rotación del motor está reducida a un valor normal por medio de un engranaje.

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Las combinaciones de palancas dan por resultado los movimientos y la marcha del muñeco. Una de estas combinaciones de palancas envía a cada pierna los movimientos necesarios y característicos del andar de una persona, y combinados éstos con los de los brazos y la cabeza dan a la máquina un aspecto completamente humano y viviente.

El aparato de este nuevo aspecto (…) recorre una pista circular, y en su marcha giratoria le sirve de radio, de sostén y de guía una barra de hierro unida por un extremo a la cintura del muñeco y por el otro abrazando un eje vertical plantado en el suelo. Guiado de este modo, el hombre de vapor recorre la pista a pasos aceleradísimos, alcanzando una velocidad que varía entre cinco y ocho kilómetros por hora, y tan decidida es su marcha, que no pueden detenerla dos hombres empujando en sentido contrario a ella. La estatura del maniquí es de un metro ochenta centímetros.

Su inventor se ocupa desde hace ocho años en la construcción y perfeccionamiento de otro hombre de vapor de gigantesca talla, destinado a pasear por las calles, una orquesta compuesta de músicos subidos en su carruaje, y el problema que persigue es el de conseguir que el maniquí está uncido elásticamente al vehículo de modo que, reposando siempre sobre el suelo, adopte las posturas de un hombre verdadero que arrastra un carricoche.

Un relato realmente sorprendente, pero no vaya a pensarse que fue éste el primer hombre de vapor conocido en la historia, pues ya otro inventor norteamericano, Zadock Deddrick, había ideado una especie de sistema para motorizar carruajes con forma humana hacia 1868.