Buscando el bidón perfecto

jerrycanPlanear una guerra es algo complicado, sobre todo si tu intención es conquistar el mundo por la fuerza. Tendrás que desplegar tropas por lugares lejanos y mantener líneas de suministros fiables si no quieres perder el terreno conquistado. En esas estaban los nazis con su locura a finales de los años treinta, planeando su gran asalto a Europa cuando, haciendo números, se dieron cuenta de que los suministros iban a ser todo un dolor de cabeza. ¿Cómo transportar agua y combustible al frente con la misma velocidad con la que planeaban lanzar sus divisiones acorazadas en lo que, más tarde, se conocería como “guerra relámpago”? Eso por no hablar de servicios médicos, munición, raciones de alimentos y repuestos.

A la hora de pensar en cualquier tipo de líquido necesario, sobre todo el combustible y agua mencionados, era absolutamente vital disponer de una manera rápida de almacenar y transportar ingentes cantidades de ellos. ¿Cómo organizar semejante esfuerzo? El ejército alemán solicitó a un equipo de ingenieros que crearan un método para solucionar el problema. Su respuesta fue la Wehrmachtskanister, una simple lata, de la que se guardaron a buen recaudo antes del inicio del conflicto decenas de miles de unidades, sabiendo que iban a ser necesitadas a lo largo de la guerra. Por desgracia, no sólo hicieron falta esas latas, sino muchas más, pero lo que había nacido de un siniestro fin encontró con el tiempo utilidades dispares porque, al otro lado del Atlántico tenían el mismo problema y no sabían cómo solucionarlo.

La Wehrmachtskanister era una lata de acero, nada más que dos simples láminas de metal prensadas y soldadas entre sí, con capacidad para veinte litros de combustible, pero tenía algo especial. Su forma estaba diseñada para que las latas fueran apiladas de forma óptima, encajando prácticamente unas con otras. Además, contaba con tres asas que facilitaban su transporte y manipulación, además de un sistema de cierre a presión muy sencillo y una pequeña abertura para el aire, que mejoraba el vaciado. Además, estaba diseñada de tal forma que, aunque se intentara llenar del todo, siempre hubiera una cámara de aire en un saliente de su estructura para que pudiera flotar en caso de tener que lanzarse al mar. Se pintaban de diversas formas para diferenciar contenidos y, en los almacenes, se manipulaban en bloques con numerosas unidades, porque se podían unir entre sí como si se tratara de piezas de un juego de construcción.

Bien, ya se podía empezar la guerra, y lamentablemente lo hizo con la invasión a Polonia de 1939. Las Wehrmachtskanister pronto comenzaron a desplegarse por toda Europa siguiendo a los ejércitos, cumpliendo fielmente su misión de suministro. Nunca antes había sido tan sencillo movilizar y distribuir combustible o agua, cosa esta última que fue vital para las operaciones en África.

Los alemanes partían con ventaja con respecto a los aliados en lo que se refiere a la organización de redes de suministros y mucha de la culpa en ello la tuvieron esas dichosas latas de aspecto tan inofensivo pero de diseño impecablemente perfecto. Los británicos todavía usaban latas pensadas para la Gran Guerra, de muy diversos modelos, difícilmente almacenables y, además, frágiles. Realmente eran un desastre, con fugas entre las juntas de latón con el que estaban fabricadas y, por lo general, con un cierre pésimo. Se conformaron con eso, sin pensar en que se podía diseñar una lata óptima hasta que, ya bien iniciada la guerra, se toparon con las Wehrmachtskanister. Fue amor a primera vista, un modelo de lata perfecto, sin fugas, de sencillo almacenaje, cierre hermético y mil cualidades más. Cada vez que lograban capturar una, casi hacían una fiesta, se convirtieron en todo un tesoro y los alemanes, sabiendo esto, incluso las empleaban como cebos para realizar emboscadas. Tanto británicos como norteamericanos llamaban “jerry” a los alemanes de forma despectiva, por lo que no tardaron en conocerse a las Wehrmachtskanister como jerrycans, nombre que permanece hoy día.

Curiosamente los estadounidenses también tenían el mismo problema, todos su bidones eran poco eficaces y las fugas en ellos escandalosas. No lo sabían al comienzo de la guerra, pero ya en 1939 una extraña amistad hizo que el conflicto, que todavía estaba por venir, cambiara para siempre. Paul Pleiss, un ingeniero americano que, además, era oficial del Ejército de los Estados Unidos, se empeñó en montar un coche con sus propios repuestos e imaginación para recorrer una ruta hasta la India. Decían que estaba como una cabra por pensar en aventuras así, pero es que, además, su compañero de viaje no era precisamente convencional. Se trataba de su mejor amigo, también ingeniero, que para colmo era alemán y militar en la Luftwaffe. ¡Extraña pareja! Resultó que, por ironías del destino, su automóvil era muy robusto pero tenía un punto débil: ¿dónde llevar provisiones de agua para la arriesgada ruta? Pleiss no había pensado en ello, pero su amigo de inmediato ofreció una solución: la Wehrmachtskanister. Y, así, la pareja se hizo con varias latas perfectas alemanas procedentes del aeropuerto de Tempelhof en Berlín.

Con ese gran invento en el vehículo ya podían empezar su particular ruta por el mundo pero, cuando ya habían cruzado la frontera de once países el ingeniero alemán fue requerido para regresar a su país para unirse al esfuerzo de guerra. Lo que no sabían los alemanes era que no sólo le había regalado las latas a Pleiss, sino que además le había facilitado planos y detalles constructivos porque, a fin de cuentas, era sólo una lata… ¿no? Su inocencia le costó cara a Alemania, por fortuna para los Aliados.

El ingeniero americano continuó su ruta hacia la India, dejó su coche aparcado en una cochera en Calcuta y regresó a los Estados Unidos para unirse, también él, a la guerra. Y allí quedaron las latas, olvidadas en la India sin que nadie se fijara en ellas hasta que el propio Pleiss, al escuchar las historias de los británicos sobre las geniales Wehrmachtskanister se le ocurrió decir algo así como “¡anda! si yo tengo varias de esas y, además, los planos para construirlas.” Al principio sus superiores se lo tomaron a risa, pero luego montaron toda una operación de rescate del coche aparcado en la India, que recorrió medio planeta a manos de agentes secretos norteamericanos para llegar finalmente a Nueva York. Mediado el año 1940 una de las latas llegó por fin a Washington, acompañada de las indicaciones técnicas de Pleiss. Los mandos del ejército no se dejaron impresionar, leyeron todos los informes y, con la lata delante de sus narices, concluyeron que no valía la pena molestarse en producir algo así, a fin de cuentas, los Estados Unidos no habían entrado en guerra y no pensaban hacerlo.

Pearl Harbor les hizo cambiar de idea, con un inmenso frente abierto en el Pacífico hacía falta algo especial para transportar combustible al otro lado del mundo. La lata de Pleiss, que había sido guardada, y casi olvidada en un almacén en el puesto del US Army en Camp Holabird, Maryland, fue rescatada. Sometida a ingeniería inversa, rediseñada y puesta en producción. Por desgracia, la copia era bastante mala, en vez de dos piezas de metal prensadas y soldadas, el conjunto estaba formado por planchas unidas por costuras dobladas, mala idea, las fugas eran comunes. Viendo esto, los mandos ordenaron algo muy claro: ¡nada de imitaciones! Así, se empezaron a fabricar en los Estados Unidos miles y miles de Wehrmachtskanister, o jerrycans, idénticas a las alemanas siguiendo las instrucciones que fueron ofrecidas tan sorprendentemente por el amigo germano de Pleiss. No mucho más tarde los británicos hicieron lo mismo y, con el paso de los años, el modelo original, con ciertas mejoras en los materiales y formas, se convirtió en el bidón portátil estandarizado para la OTAN. No es raro cruzarse con jerrycans, pues aparecen por doquier y se han fabricado en cantidades millonarias.

| Vía Core77 | Fotografía de: Unterillertaler |