No era gran cosa, no al menos si se comparaba con sus hermanos. El Zeppelin LZ-104, también conocido por su numeración táctica L.59, fue un dirigible militar alemán que contaba con una longitud de 226,50 metros y un diámetro de 23,90 metros. Con un volumen de 68.500 metros cúbicos, era capaz de desplazar una carga útil superior a 23 toneladas y, animado por cinco motores Maybach de 240 caballos de potencia cada uno, podía surcar los cielos a una velocidad máxima de 103 kilómetros por hora. No era mala nave, ni mucho menos, aunque tampoco destacara en la flota de dirigibles alemanes que combatían durante la Primera Guerra Mundial. Pasó desapercibido hasta que alguien se fijó en él. ¿Qué tal un viaje hacia África? Si no hubiera sido por necesidad, a nadie se le hubiera ocurrido semejante locura con tan complejo artilugio volante como protagonista.
Comparación de tamaños entre el LZ-104 y un Boeing 747.
Fuente: Arnulf Grübler, Technology and Global Change.
Das Afrika-Schiff, o la Nave Africana, tal y como fue conocido el LZ-104, recibió órdenes de partir hacia el sur en una misión realmente singular y peligrosa. Paul von Lettow-Vorbeck, el comandante de las tropas alemanas que combatían en África oriental, estaba pasando malos momentos, aunque no sabía que, con el tiempo, nunca sería derrotado. Paul se hallaba en una situación muy complicada, rodeado de tropas inglesas y sin acceso a suministros exteriores. En Alemania a alguna lumbrera imaginativa del Estado Mayor se le ocurrió abastecer a los soldados aislados en lo profundo del continente africano desde el aire. Claro, ningún avión de la época era lo suficientemente grande como para que se le encomendara la tarea. Entonces, todos miraron a los dirigibles. Su capacidad de carga era la ideal y, además, en teoría podían surcar sin problemas los miles de kilómetros necesarios para cumplir con éxito su misión.
Fotografía del LZ-104 en vuelo.
Fuente: Harry Vissering, Zeppelin, the story of a great achievement.
El LZ-104 partió de la base alemana más cercana a África el 21 de noviembre de 1917, lo que tampoco era estar a tiro de piedra de su objetivo pues el punto de partida se encontraba en Yambol, Bulgaria. A partir de ahí la nave ya no podría abastecerse en ninguna otra parte hasta llegar a su destino. Por ello, el viaje era sólo de ida, no era posible recargar las células de hidrógeno de la nave en África, por lo que el dirigible fue modificado para poder cargar lo máximo de materiales útiles y, además, se diseñó un protocolo para desmantelarlo en su destino y que todos los materiales fueran reutilizados por los soldados asediados, desde la «tela» exterior como tiendas de campaña, hasta un mástil como antena de radio. Las bodegas de carga se completaron con munición, comida, maquinaria pesada y medicinas. El viaje tuvo sus contratiempos, nunca antes se había intentando semejante aventura y, mucho menos, con un dirigible cargado por completo. Tras varios intentos que casi terminan en desastre, la nave se elevó y activó a plena potencia sus motores. Cruzó el Mediterráneo sobre las islas griegas, llegó a la costa de Libia y se encaminó a remontar desde las alturas el curso del Nilo. Todo fueron problemas, la radio funcionaba mal, algunas celdas de gas tenían pérdidas, un motor se paró y la estructura se resentía con la sobrecarga. Además, la tripulación sufría con la tensión y el calor extremo, no podían apenas dormir en todo el viaje intentando reparar las mil y una averías que surgían a cada minuto. Pero, aunque parezca increíble, el 23 de noviembre la nave llegó a Sudán, su objetivo se hallaba muy cerca.
Mapa de la aventura del LZ-104.
Fuente: Harry Vissering, Zeppelin, the story of a great achievement.
No puedo imaginar lo que se le pudo pasar por la cabeza a la tripulación cuando, al oeste de Jartum, un mensaje en código llegó a través de la radio: La misión se cancelaba, el dirigible debía volver sobre su camino y regresar a Europa. Por lo que se publicó en la época, se sabe que la tripulación suplicó al comandante que hiciera la vista gorda y olvidara haber recibido las órdenes de retirada. Tampoco podían responder pidiendo instrucciones porque la radio no funcionaba correctamente. No hubo caso, la nave giró y regresó. El 25 de noviembre de 1917, después de 95 horas de vuelo y tras recorrer más de 6.800 kilómetros, el LZ-104 tomó tierra en Bulgaria. Toda una proeza que apenas fue difundida entonces, aunque terminada la guerra levantó admiración en medio mundo. Lo más triste de esta historia fue que la orden de retirada fue emitida tras conocerse que las tropas de Paul von Lettow-Vorbeck se habían rendido. Bien, tenía sentido volver cuando no quedaba ya nadie a quien abastecer, solo que la realidad era otra muy distinta. Paul no se rindió nunca y continuó esperando la ayuda de los cielos sin saber que los británicos habían colado un bulo a través de una transmisión de radio falsa, pues habían roto los códigos secretos alemanes, en la que se avisaba acerca de una rendición que jamás sucedió. Así, los mandos militares alemanes convencidos por error de la rendición, actuaron en consecuencia. Tras diversas misiones de bombardeo en el sur de Europa, el LZ-104 terminó sus días en abril de 1918 sobre el Mediterráneo mientras volaba hacia Malta, en un incidente que nunca se aclaró y en el que perecieron sus 21 tripulantes.