Almadén, el imperio de azogue

Este artículo es una versión reducida del que publiqué en Historia de Iberia Vieja en su edición correspondiente al mes de mayo de 2010.

La España no tiene ya el privilegio de surtir de mercurio a los mineros del Nuevo Mundo. La California contiene minas de cinabrio muy abundantes que se están explotando en el día con grande actividad. Las de New Almaden, situadas a algunas leguas de San Francisco, dan 400 kilogramos al día; y calculando 300 días de trabajo al año llega el producto a 120.000 kilogramos, con los cuales se pueden producir por lo menos 80.000 kilogramos de plata.

De la producción del oro. Léon Faucher.
Eco Literario de Europa, Revista Universal. Tomo III, Madrid 1852.

Con las diversas oleadas, o fiebres, que pudieron ser vistas en territorio norteamericano a lo largo del siglos XIX, no debe extrañar que la explotación de cinabrio en California levantara grandes esperanzas por aquellas tierras. Sí, New Almaden, bautizada así recordando con curiosa mezcla de admiración y sorna a su predecesora española, aspiraba a convertirse en un nuevo imperio de azogue pero, al igual que nuestro Almadén, esa mina y otras similares hace mucho que carecen de actividad, viendo su entorno únicamente la animación de turistas que visitan un parque construido en recuerdo de la actividad minera.

Almadén
Fotografía de Almudena-, bajo licencia Creative Commons.

Los yacimientos americanos de cinabrio, el mineral del que tradicionalmente se ha extraído el azogue o mercurio, nunca llegaron a hacer sombra a las minas de Almadén, no al menos en cuanto a fama se refiere. También hoy, aquí, un Parque Minero a medio camino entre el museo temático y un centro de interpretación recuerda a quien lo visite que, en otro tiempo, una incesante actividad horadaba las entrañas de esta tierra manchega. Se trata de un lugar fascinante que merece la pena ser visitado y, sobre todo, conocido. Por ello, permítaseme dejar en este breve artículo algunas pinceladas acerca de lo que Almadén ha supuesto en la historia de España, con la intención de abrir el apetito del visitante curioso.

Azogue, el metal líquido

Si el cinabrio es el más importante mineral de azogue, término de origen árabe con el que tradicionalmente se mentaba al mercurio, igualmente asociado a él existe un lugar de renombre mundial. La importancia de Almadén, que puede rastrearse hasta tiempo inmemorial, proviene de que, en este lugar de la provincia de Ciudad Real se hallan las más importantes reservas de cinabrio conocidas en todo el planeta. Durante siglos, gran parte del mercurio consumido alrededor del globo ha provenido de las montañosas entrañas almadenenses. Ahora bien, ¿por qué ha sido tan importante el mercurio en la historia de la humanidad?

Esta pregunta puede abordarse de diversos modos, pero yo prefiero acudir a la memoria colectiva. ¿Quién no ha jugado alguna vez con mercurio? Se rompe un viejo termómetro y, de su interior, manan minúsculas esferillas de un frío y pesado líquido con cualidades excepcionales. Seguro que la imagen ha visitado la memoria de muchos lectores, pues ésta suele ser una de las pocas ocasiones en las que podremos entrar en contacto con el mercurio y, en realidad, se trata de cosa del pasado, pues los nuevos termómetros ya no suelen incorporar este elemento químico en su constitución. Con número atómico 80, el mercurio es un metal pesado con aspecto plateado que, a temperatura ordinaria se mantiene en estado líquido. Conduce mal el calor a pesar de ser un metal, aunque se comporta bastante bien en cuanto su conducción eléctrica se refiere. Por cierto, puede alearse con suma facilidad con otros metales, como el oro o la plata, para generar amalgamas. ¡Ahí está el núcleo de esta historia! Como también muchos lectores habrán tenido ocasión de comprobar, supongo que con cierto pasmo y sobresalto, a poco que el mercurio entre en contacto con el oro, empezará a “disolverlo” en su seno. En realidad no se trata de una disolución en el sentido físico del término, sino de una combinación química, pero para efectos puramente empíricos, el mercurio parece acoger en su seno al oro como el agua que disuelve un terrón de azúcar. Que nadie se preocupe, el oro o la plata siguen estando ahí, no se han transmutado ni nada parecido. Calentando el mercurio, éste se transforma en vapor, muy insano por cierto, liberando de nuevo el precioso metal amalgamado. He aquí la razón por la cual el mercurio de Almadén ha recorrido a lo largo del tiempo continentes y países, océanos y fronteras de todo tipo: allá donde aparecía oro o plata, se requería su presencia para liberarlos de forma sencilla de los minerales que los contenían.

Además, dada su elevada densidad, el mercurio ha encontrado utilidad ideal a la hora de animar aparatos científicos, como los citados termómetros o algunos tipos de barómetro. El azogue también ha sido empleado como supuesto remedio medicinal desde la antigüedad, con dudosos y penosos resultados dada su peligrosidad, aunque algunos de sus compuestos sí han sido utilizados en medicina, por ejemplo en antisépticos. Posiblemente su llamativo aspecto hiciera que, en la ignorancia, se supusiera que en su seno se acogían esencias divinas capaces de sanar. Hoy día podemos encontrar mercurio en diversos aparatos eléctricos y electrónicos, bombillas, explosivos, catalizadores, empastes dentales, así como en el proceso de elaboración de espejos o en forma de gas para mover los álabes en algunas turbinas, pero cada vez es memos empleado, sobre todo por su carácter nocivo.

Las minas de Almadén

Queda claro que, en cuanto a mercurio se trata, las más grandes reservas mundiales de su mineral principal se encuentran en Almadén, topónimo de origen árabe que vendría a significar mina. Sin embargo, esto es poco aclarar, porque la historia del lugar se adentra en lo más profundo del tiempo, siempre ligado al mercurio. Ya autores clásicos como Estrabón, Plinio o Vitrubio mencionaron su existencia. Millones de años hace que el mercurio ascendió desde las profundidades terrestres para combinarse con azufre y pasar a mineralizarse en forma de brillantemente rojizo cinabrio que conforma el criadero actual de Almadén. Las centurias han visto cómo estas minas han pasado por muchas manos hasta que, finalmente, en el año 2002, cesaron su actividad debido a la caída en el precio del azogue como consecuencia de la disminución en la demanda a causa de su peligrosidad ambiental. Mientras tanto, el cinabrio sigue ahí, en ingentes cantidades, esperando que en algún tiempo futuro vuelva a ser explotado si el mercado lo requiriese.

Se sabe que ya en el siglo IV antes de Cristo se explotaba el cinabrio del Almadén, aunque no fue hasta la dominación romana que el lugar adquirió importancia como productor de este mineral que, por entonces, era más valioso como fuente de pigmentos para el bermellón que como mena de mercurio. Los siglos pasaron y, con ellos, aparecieron y se esfumaron imperios y reinos, pero las minas continuaron con su actividad. Ya fuera bajo los árabes o tras la reconquista cristiana, el cinabrio no dejó de ser arrancado de las entrañas de la tierra. Alfonso VIII cedió el control de las minas al Conde Nuño y a la Orden de Calatrava pero no fue hasta que América fue descubierta por los europeos cuando Almadén pasó a un primer plano. Desde ese momento, la necesidad de contar con grandes cantidades de azogue con el que amalgamar la plata americana hizo que las minas se convirtieran en una instalación estratégica fundamental para el Imperio Español. Entre 1499 y 1525 las minas fueron regentadas por el Real Erario y, desde entonces, siempre han estado en manos del Estado aunque, eso sí, su explotación se ha llevado a través de arriendos y acuerdos diversos, algunos de ellos sorprendentes. En 1697 se localizó un área especialmente rico en cinabrio en las cercanías del Castillo de Retamar, organizándose racionalmente a partir de entonces varias explotaciones en lo que se conoció como las “Minas del Castillo”. Se procedió al examen de un gran área con veinticinco kilómetros de radio alrededor de un pozo central, el de San Teodoro, para localizar nuevas posibles zonas a explotar, pero tan rica en cinabrio es el lugar que únicamente fueron explotados unos pocos criaderos, como los de San Pedro y San Diego, San Francisco y San Nicolás, minas que se comunicaban entre sí y que veían la luz exterior a través de los pozos de San Miguel, San Aquilino y San Teodoro.

Las labores de explotación en profundidad del cinabrio han sido bastante penosas a lo largo del tiempo. Grandes galerías verticales cortaban los diferentes pisos, separados entre ellos hasta por treinta metros, hasta alcanzar profundidades cercanas a los cuatrocientos metros. Tradicionalmente, el cinabrio extraído en las galerías, era calcinado para separar el mineral de la inservible ganga, como la cuarcita. Continuando con el proceso de calentamiento, el azufre del mineral pasaba a combinarse con el oxígeno de la atmósfera, escapando en forma de gas pero, antes, todos los gases resultantes eran enfriados. Allí, en las entrañas del gas, el mercurio vaporizado retornaba por condensación al estado de metal líquido tras ser refrigerado mientras los demás gases se liberaban al aire. Desde ese punto del proceso ya sólo quedaba almacenar y envasar en forma de pesados recipientes metálicos en azogue, listo para partir a las Américas.

Como ya habrá quedado claro, sabiendo que los vapores de mercurio no son nada recomendables, el trabajo de los mineros era muy peligroso porque a los tradicionales riesgos propios de la actividad minera se unía la exposición al tóxico elemento. En 1918 se nombró un Consejo encargado de mantener la actividad de las minas y, como primera medida, tal órgano decidió llevar a cabo una especie de auditoría sobre toda la explotación. El resultado del estudio fue realmente penoso, había quedado claro que las condiciones de las minas era poco menos que ruinoso, cosa que es inexplicable teniendo en cuenta que, en teoría, se trataba de una de las joyas estratégicas de España. A partir de ese momento se empezaron a introducir mejoras tecnológicas que pasaron sobre todo por la instalación de modernos sistemas de ventilación con bombas. Las labores de galería también cambiaron pues se abandonó el trabajo con barrena y martillo para pasar al uso de perforadoras de aire comprimido en medio de una fina lluvia de agua para evitar la aparición de polvo. Incluso con las mejoras la jornada de los obreros seguía siendo muy limitada pues se debía exponer al personal el menor tiempo posible a la presencia de azogue. En los años veinte del pasado siglo los mineros solían tener jornadas de seis horas en época invernal y sólo durante unos diez días al mes, pasando posteriormente un tiempo trabajando en montes o terrenos cercanos de propiedad pública como forma de mantener al minero en un ambiente más saludable. Fruto de aquellas mejoras fueron también varias escuelas, un hospital, un economato y casas para los obreros en la Dehesa de Castilseras donde cada uno de ellos podía trabajar una pequeña parcela.

Con las mejoras generales cabe pensar en un aumento de la producción, pero la llegada de la Guerra Civil hizo que apenas fluyera el mercurio. Curiosamente, con la extracción al mínimo, en el Pabellón Español de la Exposición Internacional de París de 1937, se exponía orgullosamente una fuente diseñada por Alexander Calder que surtía en circuito cerrado, en lugar de agua, mercurio procedente de Almadén, si bien algunas fuentes sospechan que parte del mercurio empleado podría proceder de las minas de Tímar, en la Alpujarra. Posteriormente la producción fue aumentando hasta llegar en 1964 a las 2.224 toneladas. Poco importó que a partir de entonces se modernizara nuevamente toda la tecnología empleada en las minas, porque la caída en la demanda mundial de mercurio había sentenciado finalmente aquel modo de vida. Lejanos quedaban ya las épocas en que Almadén se convirtió en el centro mundial del azogue, un pequeño imperio que vio nacer a su alrededor una pionera escuela de minas o una lúgubre cárcel a la que se destinaban presos convertidos en verdaderos esclavos para el trabajo minero. También quedaban muy atrás los tiempos en que se enviaba penosamente a Londres todo el metal, pues allí se encontraba centralizado su comercio, mientras algunos intelectuales patrios gritaban para convertir Almadén en el verdadero centro del comercio de azogue o pensaban en emplear los minerales combustibles del cercano Puertollano para alimentar un futuro, y nunca realizado, plan de diversificación industrial.

Y así, lo que debió ser un monopolio cuidado hasta el más mínimo detalle, fue pasando de década en década languideciendo, incluso cuando su producción se hallaba en lo más alto, en manos de administradores de lo más sorprendente. He ahí, por ejemplo, el extraño acuerdo sobre producción y stocks de mercurio al que llegó el Estado Español con Italia a principios de los años treinta o, en jugada mucho más literaria, el tiempo en que fueron los banqueros Rothschild quienes se hicieron con el control tácito de la explotación en virtud de una serie de contratos como el de 1870, por medio del cual les fue arrendada la explotación minera como especie de pago político en una negociación de créditos de los que, para variar, estaba muy necesitado el Gobierno de la época.

El modorro

De los peligros para la salud del mercurio se tiene constancia desde lejano tiempo, como puede mostrar, por ejemplo, la imponente obra de José Parés y Franqués titulada Catástrofe morboso de las minas mercuriales de la Villa de Almadén del azogue, publicada en 1778 y recuperada en tiempos recientes por el Profesor Alfredo Menéndez Navarro, de la Universidad de Granada. Una persona expuesta habitualmente al mercurio puede sufrir graves lesiones en los riñones o el sistema nervioso, sobre todo si la exposición se realiza por inhalación. Modernamente se ha observado que la ingestión accidental de pequeñas cantidades de mercurio acumuladas en el tiempo puede dar lugar también a malformaciones, ceguera y temblores como en el terrible caso de contaminación industrial en Minamata, Japón.

En 1932 refería Juan Fala con las siguientes palabras a los peligros de la exposición al mercurio en un artículo que publicó en el número 1.102 de la revista Mundo Gráfico, el 14 de diciembre de 1932:

El lector acaso ignore lo que es un intoxicado por los vapores de mercurio, un “modorro”, como se les llama vulgarmente. (…) Pero vamos a describírselo, porque en los momentos actuales es ya difícil encontrar uno solo en todo Almadén, por el contrario de lo que sucedía hace varios años, en los que no era raro ver a los infelices obreros transformados en seres inútiles, masa informes de carne humana, con el sensorio embotado, con las bocas desdentadas, deshechas por la gingivitis hidrargírica, encías fungosas, grisáceas, tumefactas; enfermos con vómitos, con diarrea y con salivación constante; con desórdenes psíquicos y motores, con un temblor vibratorio de los músculos de la cara, de los brazos y de las piernas, que hacen en ellos la locución balbuciente y la marcha insegura, y que acaban con parálisis de grupos musculares, que retuercen la figura en actitudes que remedarían las más atormentadoras visiones dantescas. Este espectáculo doloroso y triste ha desaparecido totalmente desde que al frente del servicio sanitario de estas minas fue puesto un médico, profundo conocedor de los problemas higiénicos con ellas relacionados, el doctor don Guillermo Sánchez Martín, hombre inteligentísimo, dedicado por entero al estudio y solución de estos problemas, que ha hecho ese milagro de ahorrar en nueve años la salud y la vida de mil doscientos ochenta y seis obreros, que de otro modo hubieran caído fatalmente bajo la garra implacable de los vapores de mercurio.