El futuro olvidado

Ahhhh… la obsolescencia de los soportes de información, tema recurrente en este blog 😉

Hace tres años, la Nasa andaba como loca buscando piezas de recambio en las entrañas de viejos cacharros. Parece ser que necesitaban con urgencia procesadores Intel 8086, algo así como los dinosaurios de la informática o los tatarabuelos de nuestros flamantes ordenadores. Dicen que la continuidad de las misiones de los transbordadores depende de estos minúsculos componentes, que hace “siglos” que no se fabrican, pues constituyen el núcleo del sistema de control de los propulsores durante el despegue. ¡Y se quejaban de los pobres rusos, con sus antiguallas volantes!

Total, que los americanos se han dedicado a reponer sus 8086 comprando a todo el que se ha puesto delante sus viejos ordenadores, esos que yacían olvidados desde los años ochenta entre el polvo y las telarañas, en esquinas perdidas de cualquier garaje. Eso si, la NASA ha prometido arreglar el desaguisado con un nuevo sistema ultramoderno… pero de momento tendrán que tirar usando piezas de museo. Y bien, todo este rollo ¿para qué? Para darnos cuenta de lo rápido que marcha esto de las maquinitas. Estamos rodeados de ordenadores, redes de comunicación, electrodomésticos “inteligentes”… vivimos en medio de un mar de cacharros. Hace treinta años que se inventó el ordenador personal y ya se dice que se han vendido varios cientos de millones de ellos. Pero claro, las cosas no se quedan quietas y comparar a un ordenador cualquiera de hoy con aquellos primeros Altair de los años setenta sería como equiparar a los seres humanos con alguno de nuestros predecesores homínidos. Te haces con un novísimo ordenador de ultimísima generación, que te sale por los dos ojos de la cara, y a los pocos meses te dicen que ya está obsoleto. Claro, que eso depende de para qué se use el engendro mecánico, pero si intentas instalar nuevos programas, cada vez te van pidiendo más y más requerimientos, hasta que la pobre máquina muere víctima del progreso acelerado. Descansa en paz querida computadora.

¿Alguien sabe cómo se utilizaban los programas escritos para los ordenadores de hace más de una década? Sí, aquellos en los que todo funcionaba por medio de líneas de comando y no tenían “ventanitas” auxiliadoras. ¿No queda nadie por ahí? No es de extrañar, la cuestión se mueve tan rápido que puede crear una especie de «agujero» en la historia. Porque se pueden perder muchos datos útiles, para historiadores, investigadores o incluso gobiernos. Para saber cosas del pasado utilizamos los documentos legados por las generaciones anteriores, visitamos bibliotecas, leemos sus cartas y sus inscripciones en piedra, observamos sus cuadros y sus esculturas… Y nuestro mundo digital ¿qué legará? ¿Un montón de bits intraducibles? Que nadie se engañe, un disco compacto repleto de arte informático, obras maestras de la literatura y cartas personales, dentro de doscientos años no será más que un pedazo de plástico sin valor alguno. Su información se habrá degradado, pues a pesar de la creencia popular, los CDs son todo menos inmortales.

Además ¿sabrá alguien utilizarlos en el caso improbable de que todavía quede algo de información legible en su interior? Lo más seguro es que no. Y mientras tanto, la firma de Felipe II seguirá estando a la vista de todos en los viejos papeles de los archivos, sin problemas de codificación. Cosas parecidas ya han ocurrido. Hace varias décadas la mayor parte de la información estadística se encontraba en forma de tarjetas perforadas que eran utilizadas en ordenadores gigantescos. Mucha de la información contenida en esas tarjetas se ha perdido, por falta de máquinas que sean capaces de leerlas y de gentes que sepan cómo utilizarlas. Las viejas películas rodadas entre finales del siglo XIX y principios del XX, se están descomponiendo en húmedos almacenes. El polímero del que están formadas esas joyas del cine es muy frágil. Sólo las películas que se han transferido a soportes nuevos han logrado sobrevivir. Otras, con menos suerte, ya han desaparecido para siempre. A nuestras Cassettes, Compactos, DVD, Minidisc… les está sucediendo lo mismo, el tiempo no perdona a nadie.

Dentro de un siglo un tataranieto nuestro, entrando en un olvidado desván, encontrará unas polvorientas cajas llenas de viejos recuerdos. Nuestro futuro amigo descubrirá varios objetos de plástico con discos en su interior, portando rótulos atrayentes como: fotos de la boda de… o vídeo de las vacaciones… correos personales de… Por suerte, también encontrará un viejo PC del año 2005 entre los trastos del desván. ¿Conseguirá nuestro descendiente ver algo de esos discos? Lo más seguro es que no, el ordenador ya no funcionará y, de haberlo hecho, ¿cómo se maneja? Además, los discos estarán ya degradados y su información perdida para siempre. Esos recuerdos ya no los podrá ver nadie. Por suerte, hay en la caja algunas cartas escritas en papel de verdad, amarillentas pero legibles y una colección de fotografías añejas, descoloridas, pero reales, no virtuales, donde se muestran las sonrientes caras de los protagonistas de aquellos locos años a comienzos del siglo XXI.