Losada, el relojero prodigioso

Versión para TecOb del artículo que publiqué en Historia de Iberia Vieja, edición de junio de 2017.

Cualquier visita turística a la capital británica debe incluir un paseo por las cercanías del Palacio de Westminster, donde se localiza el Parlamento del Reino Unido. Pero incluso si nunca se ha estado en Londres, prácticamente todo el mundo ha visto, ya fuere en televisión, revistas, periódicos o en Internet, la silueta del Parlamento, con su imponente torre adornada por cuatro relojes de gran tamaño, uno por cada lateral de la torre.

Esta especie de aguja que se eleva al cielo desde los pies del Támesis fue diseñada por Augustus Plugin y, aunque oficialmente  desde 2012 es conocida como Elizabeth Tower, en honor al Jubileo de diamante de la reina Isabel II, la anteriormente llamada simplemente Torre del reloj casi nunca fue llamada así. Casi todo el mundo, cuando se refiere a la célebre torre, menciona el término Big Ben, cuando realmente este sobrenombre debe aplicarse sólo a la gran campana, de aproximadamente 13 toneladas, que habita en su interior. El por qué fue llamada así la campana no queda claro, se comenta que, muy probablemente, tuviera algo que ver con Benjamín Hall, miembro del Palamento que ordenó la construcción de la Torre del reloj hacia 1856.

Bien, el caso es que estamos en Londres, unos años más tarde, con la mencionada torre todavía en construcción y el reloj que se convertiría en icono británico en montaje. El citado reloj había sido diseñado por el hombre de leyes, arquitecto y relojero Edmund Beckett Denison, y por quien fuera Astrónomo Real y director del observatorio de Cambridge, George Biddell Airy. La materialización de ese diseño se encargó a la prestigiosa casa de Edward John Dent. Lástima que el viejo Dent no vio su obra concluida, tomando el testigo su hijastro Frederick. Es en este punto en el que cierto relojero español aparece en escena, aunque de forma un tanto oscura. Veamos, con el viejo Dent fallecido hacía algunos años, los encargados de la puesta a punto del famoso reloj van finalizando, una a una, sus metódicas tareas. En julio de 1859 sonó por primera vez la campana Big Ben, la mayor de las instaladas en la torre, marcando la hora en punto. Dos meses antes habían comenzado las pruebas del reloj y, finalmente, ya en septiembre, los londinenses empezaron a escuchar el sonido de los cuartos de cada hora. Se cuenta que, en aquellas tareas, asistió como relojero cierto leonés que atendía al nombre de Losada y que había alcanzado fama con sus relojes que llevaban la firma J. R. Losada 105 Regent St. London. Curiosamente, la mayor parte de las fuentes que citan el hecho de que Losada ayudara en la puesta en marcha del reloj de la Torre son de procedencia española. Digamos que, del lado británico, es un tema que se toca muy de pasada, con lo que aparecen dudas sobre el alcance de la verdadera implicación de Losada en aquellas tareas, aunque parece fuera de sospecha la participación en sí. No es sino una más de las muchas nubes oscuras en la vida de Losada, del que se ha contado mucho, pero del que se desconoce casi todo.

De pastor a relojero de fama

Realmente, lo que se conoce de la vida del relojero Losada está muy fragmentado y repleto de lagunas de difícil solución. Su propio origen ha estado envuelto en errores y misterio durante más de un siglo. Hacia el verano de 2016 aparecieron en la prensa leonesa diversos artículos en los que se mencionan las investigaciones de un vecino del pueblo leonés Iruela, Francisco Cañueto, que venía luchando desde hacía más de quince años por esclarecer la identidad del relojero Losada. Poco a poco las cosas parecen ir cuadrando y, siguiendo lo recogido por varios estudiosos de Losada, como F. Javier A. Prada, podemos ir estableciendo un cuadro de los orígenes del personaje que nos ocupa.

José Rodríguez de Losada, hijo de Miguel Rodríguez de Losada y María Conejero, nació en Iruela el 8 de mayo de 1797. Eso al menos se decía hasta tiempos recientes pues, según Cañueto, Losada nació realmente en el mismo pueblo el 19 de marzo de 1801 bajo el nombre de José Manuel, “heredando” el nombre de José, del primogénito de la familia, que sí había nacido en 1797 y que había fallecido siendo muy pequeño.

Tras más de dos siglos, la memoria acerca de la niñez de José ha quedado desdibujada por varias leyendas. Hay un episodio, sin embargo, que parece mencionarse por doquier. Siendo un chaval muy joven, José da muestras de ingenio y de rebeldía, sabiendo que necesitará ampliar horizontes más allá de sus orígenes leoneses. Atendía al ganado familiar y, bien fuere por la pérdida de una valiosa pieza del rebaño, como se refiere en algunas historias, o por algún otro hecho oscuro, el joven decide huir. Reaparece al poco como aguador en Ponferrada (hay quien lo sitúa también en Puebla de Sanabria), lugar donde, gracias a su fascinación con un reloj público, llama la atención de un relojero local que le enseña el oficio. Bien, y eso es todo, porque el misterio comienza realmente aquí. José, siendo un aplicado aprendiz de relojero, decide alistarse en el ejército y poco más se supo de su vida hasta años más tarde, cuando aparece como afamado relojero en Londres. ¡Todo un salto para un pastor!

El Reloj de Gobernación y las uvas de nochevieja

Se cuenta que, cuando José Rodríguez de Losada fallece en Londres el 6 de marzo de 1870, se descubre un libro bajo su almohada titulado Una repetición de Losada. Se trata de un cuento escrito por José Zorrilla, amigo del relojero, cuyo título viene a cuento de lo famosos que eran por entonces los relojes Losada. Los relojes de repetición de bolsillo eran, por cierto, pequeñas joyas mecánicas con las que se podía conocer la hora a través de sonidos, tanto para las horas como para los minutos, en plena noche. Era algo muy útil en un tiempo en que no se contaba con luz eléctrica disponible y las esferas luminiscentes en los relojes todavía no habían aparecido.

El hecho de que Zorrilla dedicada a Losada un relato, es sólo uno de los detalles que nos indican hasta qué punto llegó su fama como relojero. Tan prodigioso fue el ascenso de Losada el olimpo de los relojeros de fama mundial que, en un artículo publicado en ABC por el prestigioso historiador del reloj Luís Montañés el 3 de junio de 1962, se preguntaba “José Rodríguez Losada, el del reloj de la puerta del Sol, ¿fue realmente relojero?”. El mencionado reloj, tan querido por los madrileños y españoles merece comentario aparte, pero antes cabe preguntarse, ¿a qué venían estas dudas?

Lo comentado por Montañés venía a cuento de la técnica de Losada. Para él, más que inventor habilidoso, había sido un “hombre de negocios que triunfa fuera de España, en la difícil Inglaterra. (…) Fue, además, un español que en ningún momento disimuló su nacionalidad y que se portó con su patria, en varias ocasiones, como un prócer”. Todo ello porque, ¿cómo se convierte un chaval pobre que apenas es pastor y aprendiz de relojero en un famoso y respetado artesano que deja una gran fortuna al morir? Se sabe que Losada, de quien Zorrilla que era un activo revolucionario en lo que a política se refiere, fue militar durante el periodo del Trienio Liberal. Y, como liberal convencido, y activo, debe exiliarse en Francia y, más tarde, termina viviendo en Londres. Se cuenta que allí reavivó su pasión por los relojes trabajando como ayudante en una afamada relojería y que, al poco, “casó con la viuda de un fabricante de relojes”, tal y como recuerda nuevamente Montañés en su artículo. Y he aquí, posiblemente, el origen de la fortuna de Losada. A partir de ese momento, con firma propia y establecimiento en Londres, el intrépido leonés comenzó a extender su red comercial por medio mundo.

Losada es recordado por Galdós en sus Episodios Nacionales como uno de los más conocidos exiliados de la persecución fernandina. En la trastienda en su negocio de Londres se reunían muchos compatriotas para dar vida a animadas tertulias. Con el paso de los años, el perfil político de Losada se va desdibujando para dar paso al respetado relojero y empresario. Regresa a la España de Isabel II en varios viajes de negocios, recibiendo encargos, entre otras instituciones, del Observatorio de la Armada, siendo muy recordados sus cronómetros marinos. Ahora bien, si por algo es recordado Losada es por el conocido como Reloj de Gobernación, que el relojero donó a Madrid en 1865, e inaugurado por Isabel II en su cumpleaños en 1866. Por ese nombre no dice mucho, ¿no es así? Sin embargo, todos conocemos esta obra de Losada: ¡Es el reloj de la Puerta del Sol! Y ahí sigue, viendo pasar el tiempo, trabajando sin descanso, sobre todo cada Nochevieja.

Obra de Losada fueron otros relojes públicos, como el de la catedral de Málaga, donado por Juan Larios, o el reloj-farola de Jerez, el de la catedral de Caracas en Venezuela, o los relojes que donó para el Observatorio de San Fernando o la Armada. Los relojes tipo saboneta, esto es, relojes de bolsillo con tapa de metal que se abren con un mecanismo de resorte, le dieron fama mundial, estando entre sus clientes la reina de España Isabel II. Ahora bien, como bien cita Montañés en su añejo artículo, Losada, como relojero establecido al otro lado del Canal de la Mancha: “…cierra la etapa final del predominio inglés en la relojería europea. Muy poco después del innegable éxito comercial de nuestro compatriota, que dio a sus productos prestigio y expansión poco comunes, Inglaterra dejó prácticamente de exportar; su producción industrial relojera bajó considerablemente. Tanto como ascendía la expansión suiza. Antes de finalizar el siglo XIX, el reloj suizo había conquistado plenamente, y sin sombra, el mercado europeo. En este sentido, puede decirse que Losada fue el último nombre de los grandes fabricantes ingleses de relojería.”