Manuel Aljarilla, del motor de hidrógeno al suero capilar Titán

Versión para TecOb del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de febrero de 2016.


Las experiencias del doctor Vóronoff le sugirieron la idea de emplear glándulas capilares de animales para fortalecer el bulbo capilar y acabar con los calvos. (…) Lo más interesante de la aplicación de este suero es que sus efectos son rapidísimos. La acción del suero descurte, pudiéramos decir, el cuero cabelludo y abre los poros y las glándulas capilares…

La Voz, Madrid, 4 de noviembre de 1924.


¿Acaso puede haber algo más manido que un crecepelo? De todas las familias de productos asombrosos que se han dado a conocer desde hace más de un siglo, posiblemente sea el crecepelo uno de los más extendidos y, claro está, fallidos. Tiene su lado cómico, pero esta historia no terminó muy bien para su protagonista. He aquí el recuerdo casi borrado hoy día de cierto hombre ingenioso que pasó de inventor de máquinas para producir hidrógeno a publicitarse como químico genial capaz de solucionar los problemas de calvicie de forma radical. Personajes similares han aparecido por doquier pero, en el caso de Manuel Aljarilla, se unen ciertos detalles románticos y de aventura que hacen de él una figura singular y atractivo.

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Revisando las patentes de Aljarilla en el Archivo Histórico de la OEPM.

Del aluminio al hidrógeno

En la sección Made in Spain suelen visitarnos grandes genios de la ciencia y la tecnología española, o bien inventores tristemente olvidados, pero de vez en cuando no está mal recordar figuras como Aljarilla, que nos muestran el lado más rocambolesco del ingenio patrio. Ciertamente, nuestro personaje brilló con intensidad en la prensa durante un tiempo breve, y su rastro desaparece de forma oscura, pero indagando en viejos papeles puede seguirse la pista de alguien que, pese a las justificadas sospechas que despierta, no carecía de ingenio.

Mi contacto con Aljarilla comienza en el Archivo Histórico de la Oficina Española de Patentes y Marcas en Madrid. Cierto día de otoño en 2014, mientras revisaba diversas patentes de principios del siglo XX, encontré varias acerca de un generador de hidrógeno que me llamaron la atención. Con los añejos papeles delante de mí, descubrí a todo un personaje que decía haber descubierto el secreto para producir energía limpia… ¡en los años veinte del siglo pasado!

Manuel Aljarilla Sánchez aparece como titular de tres patentes españolas. La patente 79.563, de 1921, sobre un “perfeccionamiento en el procedimiento para fabricar sulfato de alúmina”, refiere a un método barato para fabricar aluminio en una época en la que el hoy día omnipresente metal era prácticamente un lujo. Las otras dos patentes describen métodos electrolíticos para hacer funcionar con hidrógeno un motor de explosión convencional. Estas patentes tienen el mérito de mostrar un interés por mover automóviles con hidrógeno en una época en la que el petróleo estaba en auge y nadie lo discutía. Se trata de las patentes 72.365 y 73.613, de 1920. La lectura de esas patentes, muy curiosas, me llevó a preguntarme quién había sido aquel inventor. Poco imaginaba que, a mediados de los años veinte, el tal Carlos Manuel Aljarilla Sánchez, sevillano de profesión desconocida, según rezan los expedientes de las patentes, iba a hacerse famoso por un crecepelo.

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Una de las patentes de Aljarilla en el Archivo Histórico de la OEPM.

El suero capilar Titán

Comentaba al principio de estas letras que esta historia no terminaba muy bien para Aljarilla, pero para ser completamente exactos debe quedar claro que la cosa se diluyó de tal manera que, al final, no se sabe dónde fue a parar. Para comprender el rompecabezas hay que acudir a su siguiente invento, el crecepelo Titán. En el diario Crónica Meridional, edición del 12 de noviembre de 1924, se hacían eco, con cierta sorna, de la sensación que comenzaba a causar el mencionado ungüento:


Parte de la prensa de Madrid viene anunciando a bombo y platillo que ya es una realidad que a los calvos se les va a ver el pelo de nuevo. El inventor del nuevo específico es don Manuel Aljarilla Sánchez. (…) Nada, señores, que ese específico llamado “Suero capilar Titán”, es una cosa muy seria y que gracias a él ha llegado la hora de que nos pueda lucir el pelo. Los que parezca que su cabeza es un desierto desconsolador (de pelo, se entiende), están de enhorabuena…


El suero de Aljarilla fue publicitado por doquier, apareciendo en prensa a lo largo de 1924 y 25 no sólo en forma de anuncios clásicos, sino con entrevistas de esas “muy serias” en las que se trataba al inventor prácticamente de genio de la invención y de la ciencia. Al parecer, el aura de respetabilidad que despertaba era tal que, sin dudarlo, muchos periodistas llegaron a afirmar que realmente se estaba ante el final de la calvicie. Otros se lo tomaron con humor, pero entre todos no hicieron más que hacer despegar a la marca Titán hacia el cielo. Es de suponer que las ventas fueron espectaculares, aunque su época de esplendor apenas durase poco más de un año.

Bien, ¿y de qué estaba hecho el supuesto remedio contra la calvicie? En los anuncios e informes de la época queda claro que se vendía una especie de medicamento para uso tópico cuya fórmula se basaba en la “aplicación de glándulas capilares vivas”. La prensa incidía en el aparente hecho de que la cosa venía de Alemania, donde el inventor había cosechado grandes éxitos. No he logrado encontrar datos fiables de eso, por lo que habrá que tomarlo como uno más de los ingredientes de la promoción comercial del suero capilar.

Aljarilla, a quien en la prensa se califica como ilustre químico, aunque no he logrado determinar si tenía posesión de algún título adecuado para ser presentado como tal, detallaba en los prospectos del Titán la curiosa, y también supuesta, composición del milagroso crecepelo. El producto era presentado bajo el nombre comercial completo de Suero artificial capilar Titán, una marca registrada en sanidad con el número 6.776, tal como aparecía impreso en los impecables prospectos. En ellos también se alude al origen del compuesto, “descubierto en Berlín por el sabio investigador español D. Manuel Aljarilla”. Para que no quedara duda acerca de su función, se menciona que “es un producto perfectamente científico. Consulte a su médico, que lo conocerá. Y si no fuere así, que nos pida una muestra. Detiene la caída y hace crecer el pelo”. Los frasquitos se vendían a 15 pesetas la unidad, vamos, que no eran precisamente baratos para la época. La fórmula contenía, nuevamente según el prospecto, “…suero Trunecek, solución timolada de extractos fluidos de secreciones internas de glándulas capilares de ternera (cabeza, pubis, cola), solución de pluriglandulina (tiroidina, ovarina, paratiroidina y extractos de glándulas sexuales y pineal) y sulfato amónico…”

Esta aparente composición no es tan extraña como pueda parecer, aunque despierte cierto respingo de sospecha y repulsión hoy día. Recordemos que durante la primera mitad del siglo XX estuvo muy de moda lo “glandular”, como solución para toda clase de enfermedades y hay quien vio en ello hasta un remedo de pócima de la eterna juventud, como sucedió con el caso de Serge Vóronoff y los injertos testiculares.

La edición del 27 de marzo de 1925 de la revista Nuevo Mundo dedicó un elogioso artículo a doble página con una entrevista al inventor. Como afirmaba el periodista encargado de dar forma al artículo, Juan Ferragut, todo lo que rodeaba a Aljarilla y sus oficinas de la madrileña calle Mayor “en una de esas casas modernas que semejan rascacielos a la americana”, era asombroso. La conversación, en la que el inventor mostraba cierto acento andaluz, sirve para indagar un poco acerca de la posible ruta vital del oscuro personaje:


…hice mis estudios en Sevilla, y allí mismo apenas aquéllos terminados, monté un laboratorio para la explotación de mi primer invento. Se trataba de un procedimiento nuevo para la obtención del aluminio directamente del mineral. (…) Era un sistema térmico, por el que me prometía obtener resultados cuatro o cinco veces mayores que el que dan los hornos electrolíticos. (…) Me fui de España en 1918, y después de recorrer Rusia, Polonia, Hungría, el Japón, Egipto, medio mundo, en fin, llevado de mi curiosidad por conocerlo todo, llegué a Noruega. Allí el ambiente me fue propicio. Y yo, que en Sevilla para hacer mis pruebas de inventor vendí dos casas que poseía en 46.000 duros, y que cuando logré la fórmula tenía diez pesetas, en Noruega encontré todos los elementos que me fueron precisos [y que no hallé en España]. (…) Luego me trasladé a Alemania, donde presenté mi otro invento, el del motor de explosión [de hidrógeno]. (…) Sobre el Titán, he de decirle que es una preparación científica basada en las modernas teorías de los injertos y las renovaciones glandulares, que me ha costado cinco años de trabajo.


Aljarilla se encontraba por entonces en lo más alto de su fama y cada poco aparecía un periodista en las puertas de su oficina para recoger sus palabras. Sin embargo, su estrella se apagó repentinamente poco después. En junio de 1925 aparecieron en prensa diversos avisos de actualidad en los que se afirmaba que un juzgado de Barcelona había cursado orden de detención contra el inventor del Titán. Al parecer se le acusaba de varias estafas cometidas “utilizando supuestos títulos científicos para promover negocios fantásticos a base de inventos engañando a determinadas personas para la formación de sociedades explotadoras de los mismos”. Fue detenido en sus oficinas del número 4 de la calle Mayor de Madrid y enviado a Barcelona. El denunciante, según la prensa, era un alemán que decía haber sido estafado por Aljarilla, afirmaba que no tenía los títulos de los que alardeaba: perito químico, y que se hallaban en posesión de un fantástico procedimiento secreto para fabricar aluminio de forma económica que le había costado más de 70.000 pesetas. Mediado aquel mes de junio Aljarilla fue puesto en libertad provisional bajo fianza de 1.500 pesetas.

Hubiera estafa, o no, el daño para la fama del inventor estaba hecho. Por mucho que la Compañía Española de Productos Titán emitiera comunicados alejándose de todo el asunto, el producto “glandular” estaba herido de muerte. A principios de julio de 1925 un juez de Barcelona dejó en suspenso la demanda contra Aljarilla al no encontrar indicios suficientes de estafa y permitió al inventor emprender acciones por calumnia. Ahí pierdo la pista, Aljarilla desaparece de escena en la prensa, junto con su fabuloso Titán, sus procedimientos para fabricar aluminio barato y su motor de hidrógeno.