Exégesis de la USS Enterprise

Lo que a continuación voy a afirmar seguramente no tenga mucho valor para el común de los mortales, porque viniendo de un trekkie puede considerarse como algo excesivamente subjetivo. De todas formas, tras haber disfrutado de la versión 2009 de Star Trek, en la que se crea todo un universo paralelo al ya conocido en el canon heredado de Gene Roddenberry desde mediados de los sesenta, puedo afirmar sin dudarlo un momento que se trata de una magnífica película. No iré más allá con el asunto, pues por ahí se han publicado ya cientos de reseñas y no tiene caso añadir más elementos redundantes a la conversación global sobre el tema, que incluso se ha convertido en una de las etiquetas más mencionadas en Twitter durante las últimas semanas.

Para cambiar un poco de aires en TecOb, hoy me gustaría referirme a la protagonista de Star Trek. Sí, más allá de capitanes intrépidos como James T. Kirk o Jean-Luc Picard, además de multitud de personajes sin igual como Spock o Leonard McCoy `Bones´, y de las tramas surgidas en la infinidad de series y películas nacidas a modo de franquicia partiendo del original, hay un elemento común que torna en verdadero protagonista. Se trata de un pedazo de tecnología de un imaginario futuro con formas insinuantes y múltiples encarnaciones. La Enterprise, mi nave espacial de ficción favorita que, desde el vetusmo modelo inicial hasta el depurado high-tech de la versión 2009, ha evolucionado de una y mil formas para convertirse en todo un icono del mundo contemporáneo. En su honor bautizó la NASA a su transbordador espacial de pruebas a finales de los setenta y, hoy día, ha llegado a ser una referencia utilizada en infinidad de productos audiovisuales.

Puede que surgiera como un cascarón más, una nave de cartón para rellenar decorados y poco más, pero el tiempo y las sucesivas narraciones de las que es protagonista han hecho que la Enterprise se revista de una lógica impecable, dentro de la imaginación claro está. Capaz de saltar al hiperespacio para sobrepasar el límite de velocidad de la luz al que estamos atados en el universo ordinario, gracias a sus generadores Warp alimentados por reacciones materia-antimateria, dotada de amortiguadores de inercia y generadores de campos gravitarios que impiden a sus tripulantes convertirse en papilla orgánica a merced de brutales aceleraciones, armada con temibles artilugios bélicos y repleta de sensores maravillosos además de escudos protectores, quiso el destino que todo surgiera de la mente de un perspicaz y analítica.

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Roddenberry tenía en mente una serie espacial en el más clásico estilo space opera, pero contaba con escaso presupuesto. No podía hacer que cada semana se rodara con maquetas diferentes el descenso de un transbordador desde la nave madre a un planeta perdido en los confines del espacio. Para no gastar más de lo que podía permitirse ideó el teletransporte, elegante deus ex machina que le permitió sortear el problema. Luego estaba el asunto de la nave, era necesario crear algo diferente, impresionante y con personalidad propia. Las naves espaciales de ficción de los años cincuenta y sesenta no se alejaban de dos modelos clásicos ya muy gastados. En primer lugar estaban las de tipo platillos, como el maravilloso navío de El planeta prohibido. Por otra parte estaban los cientos de adaptaciones del cohete clásico, más propio de abigarrados cómics de Buck Rodgers que de una producción que pretendía hundir parte de su fuerza en una tecnología teóricamente real.

Aquí es donde aparece el diseñador de la Enterprise en su primera encarnación. Luego, tomaría vida propia a través de infinidad de entusiastas y artistas de todo el mundo para dar vida a numerosos modelos de nave estelar, partiendo todas ellas de la semilla animada por Matt Jefferies. Este ingeniero y artista especialista en dibujo técnico, fallecido en 2003, trabajó en multitud de proyectos de aviación desde que combatió a bordo de diversos bombarderos a lo largo de la Segunda Guerra Mundial. Conocía a la perfección la tecnología aeronáutica y espacial de la época, por lo que Roddenberry no pudo haber pensado en nadie mejor a la hora de crear una nave estelar «factible» que fuera más allá de una maqueta más o menos realista.

Jefferies era propietario de una avioneta Waco YOC fabricada en 1935, hoy pieza de museo, que portaba la matrícula NC17740. No creo que tenga que explicar lo que esto significa, a fin de cuentas la «matrícula» de la Enterprise original es NCC1701, una mezcla de recuerdo hacia su querido avión y, también, de los navíos Enterprise que recorrieron los mares en el siglo XVIII. Jefferies dotó a todos sus diseños para Star Trek de una lógica interna impecable, además de líneas elegantes. Nada fue dejado al azar. En primer lugar, una nave estelar debe contar con una fuente de energía inconmensurable, esto sugería que se trataba de algo peligroso. El diseño modular de la Enterprise permitía separar los generadores Warp, localizados en las dos barquillas exteriores, del conjunto habitado de la nave. En una emergencia, los núcleos de salto hiperespacial podrían separarse para asegurar la supervivencia de la tripulación. He ahí la razón de que el área habitable discoidal y las secciones de ingeniería, armamento y de impulsión estén separadas. Por otra parte, no siempre iba a navegar a velocidades Warp, hacía falta un sistema de propulsión convencional para moverse por el espacio normal. De ahí nacieron los impulsores que viven en la popa del disco. Todo el resto del diseño está influenciado por la experiencia de Jefferies con buques y portaaviones, dando al conjunto un aspecto dotado de una poderosa lógica interna que, hasta entonces, nunca se había visto en producción televisiva o cinematográfica alguna.

Imágenes: Diversos bocetos de Jefferies sobre la USS Enterprise procedentes de FSD Starship Concept Art. (Versión web de Archive.org).