El Dragón Afortunado, la tercera bomba atómica sobre Japón

Experimentar con bombas de hidrógeno, por mucho que se haga en lo más alejado del Pacífico, tiene sus peligros, sobre todo cuando no se sabe muy bien lo que se tiene entre manos. Viajemos a los primeros meses del año 1954, concretamente al atolón de Bikini.

En este lugar del Pacífico se llevaron a cabo 23 pruebas con explosiones nucleares por parte de los Estados Unidos entre 1946 y 1958, tanto submarinas como costeras y aéreas. Todo comenzó con la Operación Crossroads en el verano de 1946. El atolón era por entonces ya un basurero naval, puesto que en su gran laguna central se habían hundido numerosos de buques de la Segunda Guerra Mundial. La población local fue evacuada, con la incierta promesa futura de volver alguna vez a su hogar, y el lugar se convirtió en área de experimentación nuclear.

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Prueba «Castle Bravo», Bikini, 1954.

Una de las pruebas finales fue la Castle Bravo, dentro de la serie de ensayos de la Operación Castle. Se trataba de utilizar una bomba de hidrógeno, esto es, una bomba de fusión termonuclear (mucho más potente que las de fisión primitivas que arrasaron Hiroshima y Nagasaki cerca de una década antes). La bomba de hidrógeno de Castle Bravo detonó en Bikini el 28 de febrero de 1954 una hora después del amanecer, hacia las siete menos cuarto de la mañana hora local. Los 15 megatones de energía liberada sorprendieron incluso a sus diseñadores, pues el rendimiento calculado inicialmente era casi tres veces inferior. Y ahí es donde se complicó todo, porque los números eran terroríficos y el área de seguridad debía haber sido mucho mayor del establecido. La contaminación por radiación asaltó por sorpresa a los habitantes de islas cercanas y a grupos de militares de las áreas de observación y buques cercanos.

Quienes sufrieron la peor parte fueron unos pescadores japoneses que se encontraron de repente en medio de un infierno inesperado. Lo que sucedió con el atunero Daigo Fukuryū Maru, o Dragón Afortunado Cinco, fue tan grave que la prensa japonesa de la época consideró el incidente como «la tercera bomba atómica lanzada contra Japón». La tripulación del pesquero japonés se encontraba faneando a más de setenta kilómetros del límite del área de seguridad de la prueba nuclear marcada por las autoridades estadounidenses. En teoría no debía haber sucedido nada, pero la inesperada potencia de la bomba sorprendió a los pescadores que se encontraron dos horas después de la prueba en medio de una espesa niebla de fino polvo blanco de coral radiactivo que cubrió su nave. La tripulación intentó limpiar la ceniza como pudo, pero ya era tarde, habían sido expuestos a radiación durante varias horas y pronto comenzaron a manifestar síntomas propios de esa exposición.

Aunque el Daigo Fukuryū Maru intentó huir del lugar con rapidez, se mantuvo dentro de la nube de ceniza mortal durante horas. No fue el único barco afectado, pero sí el que se llevó la peor parte. La veintena larga de tripulantes fue hospitalizada en Tokio cuando el barco regresó a puerto, falleciendo uno de los pescadores pasados unos meses (se cree que murió a causa de una hepatitis C contraída a través de las transfusiones de sangre con las que la tripulación fue tratada de síndrome de irradiación aguda). La escena de la llegada del barco al puerto de Yaizu fue digna de la peor de las pesadillas, con los marineros convertidos en despojos cuya piel se encontraba cubierta de ampollas. Lo más sorprendente y terrible fue que se corrió un rumor según el cual la captura de pescado del barco fue descargada y comercializada en parte antes de que las autoridades pudieran impedirlo (se sabe que, en efecto, una parte de la carga fue comercializada). Ante la alarma y la sorpresa, cundió el pánico en Japón y el consumo de pescado cayó en picado durante días, el precio del atún se hundió e incluso pudo verse a más de una persona en los mercados equipada con contadores Geiger.

Los Estados Unidos trataron de acallar las voces contra las pruebas en el Pacífico. Se pactaron indemnizaciones con el gobierno japonés y se intentó montar toda una maniobra de «limpieza» periodística sobre las pruebas, más que nada porque al otro lado del telón de acero la Unión Soviética estaba llevando a cabo ensayos similares y allí no había posible oposición a las mismas, con lo que nadie les iba a detener. La jugada no salió como se esperaba y el sentimiento antinuclear no sólo aumentó en Japón sino también en los Estados Unidos.

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El Daigo Fukuryū Maru el 17 de marzo de 1954. Fuente.

Las cosas se pusieron feas para los militares, por lo que a finales de marzo del 54 el secretario de prensa de la Casa Blanca, Haggerty, invitó a periodistas y fotógrafos a un evento singular. Se trataba de una conferencia de prensa en la que Eisenhower y el presidente de la Comisión de energía atómica, Lewis S. Strauss, pretendieron calmar al público con un enfoque asombroso: mencionar la terrible potencia de sus nuevas bombas de hidrógeno. Fue una de las primeras ocasiones en que se habló en público de la «bomba de hidrógeno» (hasta entonces lo más común era usar el término «bomba termonuclear»). La estrategia de comunicación consistía en afirmar que, en realidad, todo estaba controlado, que los cálculos no habían sido demasiado erróneos y que todo aquello se hacía para tener a mano un arsenal mucho más potente que el soviético para así proteger al pueblo estadounidense. Ciertamente, eso era exactamente lo que se buscaba, tener las armas más potentes, es más, se señaló que el margen de error de dos o tres veces la potencia inicial calculada entraba dentro de lo esperado. Del desdichado pesquero se dijo que se encontraba dentro del área de peligro y que no había podido ser avisado antes, cosa que también era cierta si se volvía a hacer el cálculo del área de seguridad con los datos finales de la detonación (se llegó a decir más tarde incluso que era un barco espía). Pura maniobra que no sirvió de mucho, pues Eisenhower, que se encontraba al lado del contraalmirante Strauss cuando éste pronunciaba aquellas palabras, le miró con cara de asombro.

Todo el mundo sabía ya lo sucedido y, para colmo, la farsa se cerró con una frase lapidaria: «Norteamérica puede fabricar una bomba H lo suficientemente potente como para destruir una zona equivalente a toda la que ocupa la ciudad de Nueva York». La cosa parecía un mal chiste porque la gente entendió, con razón, que aquello se ponía feo. No sólo se estaba negando lo que era ya de conocimiento público, sino que se afirmaba que las ciudades americanas podían ser barridas del mapa, cuando hasta entonces se habían cuidado mucho de utilizar tal lenguaje que permitiera pensar en términos de destrucción propia. Si una bomba «H» americana propia podía destruir Nueva York, una soviética también podía hacerlo. Y así, de golpe, la ingenuidad inicial en que vivían muchos norteamericanos en el comienzo de la era atómica, pensando que era posible «ganar» un conflicto nuclear global, se convirtió en un terror apocalíptico que duró décadas. Hoy el Daigo Fukuryū Maru puede contemplarse en Tokio, como recuerdo de aquella «tercera bomba» que cayó sobre Japón, un suceso que sirvió más tarde de inspiración para crear a Godzilla.

Más información:
The Japan Times – Lucky Dragon’s lethal catch.
Toxipedia – Lucky Dragon.