Gabriel Bereau y su violín eléctrico

Recuerdo que, gracias a la magia radiofónica de Ramón Trecet, me fascinó allá a principios de los noventa un tipo genial con un violín eléctrico que atendía al nombre de Ed Alleyne-Johnson. El apunte de hoy también va de violines modificados, solo que de forma mucho más radical. Lástima no tener a mano un registro de cómo sonaba, porque simplemente contemplando el artilugio no imagino cómo podría resultar la experiencia. He aquí el modelo de violín eléctrico que Gabriel Bereau presentó al mundo en 1928… y nunca más se supo del mismo (no he logrado encontrar referencias a la máquina posteriores a 1930 que empujen a pensar que tuviera algún éxito).

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El violín «robot» de Gabriel Bereau. (Mundo Gráfico, 18 de abril de 1928. Biblioteca Nacional).

Los ingenieros franceses Bereau y Aubry mostraron entonces una máquina extraña que no tuvo más recorrido que el de la propia anécdota pero que llama la atención por su original planteamiento. No era un violín eléctrico como tal se entendieron posteriormente varios modelos de violín preparado, sino más bien un «robot» que tocaba música con un violín convencional. La siguiente imagen muestra el mecanismo de dedos artificiales y brazo motor para animar el arco sobre un violín de toda la vida.

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Mecanismo del artilugio de Bereau. (Mundo Gráfico, 18 de abril de 1928. Biblioteca Nacional).

El planteamiento técnico partía de un violín normal y corriente fijado a un eje basculante sobre el que actuaba un sistema de dos brazos, uno controlaba el arco y el otro varias láminas metálicas a modo de dedos. Se comenta en la prensa de la época que incluso podía mostrar una riqueza de timbre y color similar a la de un instrumentista humano (eso habría que haberlo visto o, mejor dicho, escuchado, porque la cosa tiene miga). Las partituras debían introducirse por medio de algún sistema de codificación, aunque no queda claro cómo se hacía, supuestamente del mismo modo en que se programaban las pianolas de la época, con discos o cilindros metálidos perforados. Se realizaron pruebas públicas en París, con cierto éxito, pero la pista del invento desaparece al poco. El desarrollo de este violín eléctrico se llevó por delante dos décadas de trabajo, según comentaban los ingenieros. Una pena que no haya llegado un eco mayor del mismo hasta nuestros días.