El intrépido Fritz von Opel

En el suplemento dedicado al mundo del motor que aparece con el periódico elEconomista los sábados, y que lleva por nombre EcoMotor, encontré ayer la historia de un aventurero del que apenas había oído hablar. Hace tiempo que leí algo sobre Fritz von Opel, nieto de Adam Opel, que a mediados del siglo XIX fundó una factoría de máquinas de coser y, más tarde, de bicicletas que, andando el tiempo, se convertiría en el imperio automovilístico alemán Opel. El padre de Fritz, Wilhelm von Opel, se encargó, junto con uno de sus hermanos, de transformar la vieja fábrica de Adam en una empresa dedicada al mundo de los coches a motor cuando alboreaba el siglo XX. No extrañe, viendo tales antecedentes, que Fritz viviera desde niño entre máquinas y acción, haciendo que en su interior naciera la pasión por la velocidad. Es ésta una querencia que nunca abandonó, pero lejos de ajustarse a lo típico de la época y correr en primitivos bólidos, decidió ir un poco más allá.

Algo tenía en mente sobre las aventuras del joven Fritz, pero siempre lo dejé ahí, aparcado y casi olvidado entre un montón de fichas de aventureros tan típicos de la época. El artículo de ayer en el citado suplemente, obra de Andrés Sanz, ha hecho que pase un rato esta noche buscando más información, porque el personaje lo merece. Nacido en 1899, Fritz von Opel sintió desde temprano que los motores de explosión poco podían hacer si lo que se deseaba era ir más allá, más rápido que cualquier cosa imaginada. Con el tiempo fue conocido como Fritz el Cohete, y no creo que haya que imaginar demasiado la razón de tal apodo. Mezcla de aventurero temerario, empresario osado y artista circense, el alemán, que se formó como ingeniero, siempre tenía en la cabeza una loca idea que terminó por llevar a la práctica. Se preguntó si podrían romperse marcas de velocidad dotando con cohetes a todo tipo de vehículos terrestres. La idea no consistía en salir volando, sino en controlar la bestia y romper los límites de velocidad, saliendo vivo del juego, claro está.

Dicho y hecho, con tenacidad, el 15 de marzo de 1928 probó su primer diseño de coche impulsado por cohetes, el RAK-1. Bien, no puede decirse que el resultado fuera una maravilla, porque la máquina alcanzó una velocidad máxima de unos 75 kilómetros por hora, pero la prueba sirvió para demostrar que podía hacerse y, más importante, que se podría seguir sin problemas porque el piloto, el propio Fritz, sobrevivió. Había que superarse, así que pocas semanas más tarde, el ingeniero decidió acoplar veinticuatro pequeños cohetes a su segundo prototipo, el RAK-2. Esta vez a punto estuvo de salir, literalmente, volando como un avión, dado que el cochecito cohete alcanzó la nada desdeñable velocidad de 230 kilómetros por hora. Más adelante, en otras pruebas, logró superar los 250 kilómetros por hora.

En vista de su éxito y de la popularidad que alcanzó con estas pruebas, Fritz decidió poner cohetes en todas partes. Empezó con un planeador, que voló en septiembre del mismo año, convirtiéndose en el primer constructor de un avión cohete. El experimento fue un éxito, aunque pocas semanas antes su primer prototipo había explotado en tierra, no se arredró y continuó con su proyecto. Motocicletas y otros artilugios, fueron convertidos por Fritz en cohetes rodantes, pero la crisis del 29 terminó cerrando el grifo de su financiación, la Opel pasó más tarde a manos de General Motors y se acabó el tiempo para las aventuras arriesgadas, aunque Fritz siguió maquinando todo tipo de audacias durante décadas, hasta que falleció en Suiza en 1971. Podría decirse que la velocidad recorre la sangre de esta familia, a fin de cuentas Fritz fue el padre de Rikky von Opel, piloto de Fórmula 1 que alcanzó cierta fama en los años setenta.

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El bueno de Fritz sobre su RAK-2.