Ángela Ruiz Robles, precursora de los libros electrónicos

Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de noviembre de 2013.

Una maestra excepcional

angela_ruizLa reciente publicación por parte de los Ministerios de Economía y Competitividad y el de Educación, Cultura y Deporte, de una pequeña obra a modo de semblanza de la figura de Ángela Ruiz Robles, supone una excusa inmejorable para traer al presente la memoria de esta singular maestra y audaz inventora. El libro, titulado Ángela Ruiz Robles y la invención del libro mecánico, nos indica ya la pista fundamental por la que esta inventora debiera pasar a los libros de historia, no ya española, sino mundial, como precursora de los actuales libros electrónicos. Bien es cierto que su estela no fue seguida ni sus libros mecánicos sirvieron de modelo para posteriores tecnologías, ya electrónicas, que son las que hoy día han eclosionado. Pero también es cierto que, como adelantada a su tiempo, merece el reconocimiento y el crédito de haber sido capaz de entender por dónde iban los caminos futuros en lo que a materiales didácticos se trata, en una época tan complicada como fueron los años posteriores a la Guerra Civil.

Estoy seguro de que doña Angelita, como era llamada cariñosamente por su alumnado, hubiera disfrutado de nuestra época de tablets e Internet. Su pasión por hacer llegar el conocimiento a todo el mundo, le hizo soñar, precisamente, con eso que ahora damos como algo normal pero que, a poco que pensemos, nos daremos cuenta de que apenas si hemos comenzado a vivir en esta revolución de la información. Angelita soñaba, en fin, con artilugios mecánicos que pudieran condensar materiales pedagógicos de todo tipo en una sola máquina, portátil e interactiva. Lo más sobresaliente de este caso no es la tecnología que pueda haber detrás de los libros mecánicos, tosca por necesidad, sino el concepto básico que encierran. La función de tales libros mecánicos era la misma, salvando las lógicas distancias, que la mostrada en las “tabletas” y lectores de eBooks de la actualidad.

Ángela Ruiz Robles nació en el leonés pueblo de Villamanín en 1895, siendo hija del farmacéutico Feliciano Ruiz y de Elena Robles. En León estudió magisterio y allí enseñó diversas materias, como mecanografía y contabilidad. Tras pasar brevemente por la escuela de la también leonesa Gordón, llegó a las cercanías de Ferrol como maestra. Eso sucedió en 1918 y, desde entonces, hasta su jubilación en 1959, no dejó de ascender en su carrera en tierras gallegas llegando a ser una maestra muy estimada.

Pero no sólo fue una maestra excepcional. Encontró tiempo para, apasionadamente, dar forma a gran cantidad de libros didácticos sobre ortografía y otras materias. Además, y por si fuera poco, también se convirtió en empresaria, a través de la actividad de enseñanza en la preparación de opositores para correos, aduanas y otros cuerpos de funcionarios en su propia academia.

La invención en la sangre

Veamos, hay algo que merece resaltar sobre cualquier cosa en la vida de doña Angelita. Vivió una época terriblemente difícil de la historia reciente de España. Además, era mujer y maestra, por lo que tenía todas las características para encontrar su camino lleno de obstáculos. Para colmo, estaba dotada de un ingenio sin igual, vamos, que se sentía inventora. Más peligroso todavía, en un tiempo en el que la mujer tenía cerrado el paso a la creación de ingenios y al mundo académico en general, salvo en casos muy excepcionales. Pero todas las dificultades no frenaron su espíritu de lucha y logró hacerse un merecido hueco en la historia de la tecnología. No es una exageración, ni mucho menos. Cualquiera que conozca la situación del país en ese tiempo sabe que aventuras de ese tipo eran muy complicadas, sobre todo siendo mujer.

Bien, la fecha lo dice todo: ¡1944! En plena posguerra, y tras haber alumbrado varias obras didácticas, doña Angelita llevó su pasión por la enseñanza hasta donde pocos habían llegado antes. Nació así su Atlas Científico Gramatical, con el que pretendía dar a conocer las peculiaridades de sintaxis, fonética y morfología del español. De ahí pasó a una tecnología para enseñar taquimecanografía, a fin de cuentas hacía ya muchos años que había dado a conocer un nuevo método de su invención en ese campo. Todos estos esfuerzos se reunieron en una idea genial que vio la luz en 1949. La Enciclopedia Mecánica era eso, toda una enciclopedia “robot”. El proyecto era ambicioso, pero logró sacar adelante su prototipo.

La visión de aquella maestra singular de lo que debía ser todo un libro mecánico, o un eBook como diríamos hoy, era sorprendentemente ajustada a lo que son en nuestra realidad los soportes para contenidos interactivos. Pensó en una máquina pequeña, portátil, de poco peso para que no fuera molesto su uso. Imaginó las carteras de los niños llenas sólo con un lector de libros mecánicos y nada más.

En cuanto a contenidos, aparecían abecedarios, textos en varios idiomas, contenidos de clase estructurados de forma lógica llenos de gráficos, dibujos, juegos interactivos y espacios para escribir y dibujar. Cada asignatura se cargaba en la máquina con una especie de cartuchos de material plástico duradero. Girando en un tambor, se iban desarrollando los contenidos que, para poder ser estudiados con poca luz, podían ser iluminados artificialmente. Se podía incluir una especie de lupa para personas con problemas visuales. Cada bobina con los contenidos, podía ser consultada de forma continuada o bien se podía saltar entre capítulos simplemente apretando un botón. Había todo un índice interactivo y una lista de obras “instaladas” en la máquina. Ángela pensó también en el mercado editorial, imaginando que existiría una amplia oferta de obras en forma de bobinas estandarizadas que podrían comprarse y añadirse al libro mecánico, pudiendo el usuario tener a su disposición una auténtica biblioteca sin apenas ocupar espacio.

Con los años, la Enciclopedia Mecánica siguió mejorando en la mente de doña Angelita. Cuando falleció, en octubre de 1975, había alcanzado cierto predicamento, pero todavía se veía su invento como algo extraño. Es ahora, cuando vivimos en la época de los eBooks, cuando todas las intuiciones de la inventora maestra han encontrado respuesta. En efecto, no eran locuras ni ensoñaciones sin base, nada más lejos de la realidad. Se adelantó a su tiempo y acertó de pleno.

Las patentes de Ángela Ruiz Robles

Todo un mercado de libros mecánicos, los niños en las escuelas consultando bobinas repletas de contenidos con sus lectores portátiles, un sueño que nunca pudo ver hecho realidad la inventora. Pero nos quedan sus patentes, muestras indelebles de un ingenio singular e intemporal.

Con el número 190698 aparece registrada la patente presentada por doña Angelita el 7 de diciembre de 1949 para “Un procedimiento mecánico, eléctrico y a presión de aire para lectura de libros”. Se trata de un ingenioso mecanismo pensado para ofrecer al lector o alumno contenidos interactivos a los que se accedía a través de un panel de botones, o un “menú” como diríamos hoy día, para saltar entre diversos contenidos, o “pantallas”. Se indica en la patente que lo ideal sería emplear materiales plásticos de poco coste, para poder así llegar a ofrecer máquinas asequibles pero resistentes, por ejemplo, a la humedad. Algunos contenidos podrían estar impresos en tinta luminiscente, para que se pudieran leer incluso de noche sin necesidad de acudir a una lamparilla eléctrica. Se menciona también el sistema de aumento para el tamaño del texto. Los libros creados para ser leídos en esta máquina, responderían a unas características estandarizadas, para que se pudieran cargar y manejar sin problemas en los lectores. Podrían ser lecturas, planos técnicos e incluso pruebas tipo test o cuestionarios interactivos. Llamativa es la descripción de mapas o dibujos dotados de circuitos eléctricos capaces de iluminarse atendiendo a las respuestas de preguntas o a textos explicativos, como si fueran infografías interactivas. Las bobinas o cartuchos que componían los libros, se podían guardar sin problemas una vez extraídos de la máquina, pues estaban contenidos en una especie de envase protector, preparados y a salvo de la suciedad y la humedad hasta ser insertados de nuevo en una máquina lectora portátil.

Cierto es que este proyecto de la inventora recibió premios, distinciones y elogios por doquier, pero a pesar de sus esfuerzos, esa especie de centro de actividades portátil para leer, dibujar y escribir, nunca llegó a comercializarse. Nada de eso hizo que perdiera fuerza su inventiva, por lo que decidió llevar al límite su idea de “enciclopedia mecánica”. Imaginemos una máquina más evolucionada que la descrita anteriormente, pensada para “cargar” todo tipo de asignaturas, todo un medio único para el estudiante que podría haber revolucionado la enseñanza de su tiempo. Esa máquina vio la luz en forma de prototipo real y de patente bajo el número 276346, solicitada el 10 de abril de 1962. Por desgracia, nuevamente, a pesar incluso de contar con un aparato completamente funcional que se podía probar y enseñar, no logró despertar el interés necesario para su comercialización. El llamado “aparato para lecturas y ejercicios diversos” era una pequeña maravilla mecánica. Con un resistente chasis de metal, esta máquina era una versión realista y simplificada de su idealizada enciclopedia mecánica. Era factible su construcción, funcionaba sin problemas, reunía en el espacio de un libro convencional todo lo que su anterior patente prometía y más. El mecanismo se había simplificado y, como se diría hoy, habían mejorado mucho en accesibilidad y usabilidad. Además, y esto es una novedad con respecto a la idea original, se añadía un sistema que permitía guardar sonido, esto es, el alumno podía escuchar cada lección con sólo pulsar un botón.

El prototipo original del libro mecánico de Ángela Ruiz Robles, siguiendo el diseño de la patente de 1962, fue construido en el Parque de Artillería de Ferrol en diversos metales y madera. Con el tamaño de un libro de 24 por 22 centímetros de formato y un grosor de 6 centímetros, pesaba casi cinco kilos. Puede pensarse que es demasiado, pero atendiendo a la época y al estado de la técnica, fue todo un logro.

Llegados los años setenta, y hasta el fallecimiento de la inventora en 1975, no dejó de intentar que viera la luz una versión en plástico, comercializable a gran escala a bajo precio, para que pudiera estar al alcance de cualquier escolar. Todos sus esfuerzos para alcanzar la etapa comercial no lograron que llegara la financiación adecuada y nunca vio la luz tal aparato.

Cabe pensar en si las dos patentes brevemente mencionadas eran realmente originales, o bien en su tiempo ya había intentos similares. Sorprenderá a muchos la respuesta a tal cuestión. Una búsqueda a nivel mundial sobre el estado de la técnica a este respecto, nos muestra que incluso antes de la primera de las patentes citadas ya había registradas máquinas pensadas para facilitar el aprendizaje por medios mecánicos. Ahora bien, la sorpresa viene cuando ninguna de ellas muestra lo que hace original a los inventos de la ingeniosa maestra. Sus diseños son únicos en el mundo y en su época, pues se propuso crear algo nunca viso, a saber, todo un “eBook” mecánico de bajo coste, capaz de integrar contenidos que hoy diríamos “multimedia” como texto, gráficos y sonido en un formato similar a un libro.