La isla sin colores

El tema surgió de repente a principios del verano, en una sobremesa vallisoletana de boca de Carlos Canales, frente a una tónica azulada y con el sol amenazando con comerse la sombra en la que nos encontrábamos. Se trata de algo bastante conocido entre los genetistas y muy utilizado en todo tipo de recopilaciones de curiosidades médicas. La acromatopsia, que es de lo que estuvimos hablando, es una enfermedad genética que, a grandes rasgos, impide ver los colores a quienes padecen dicho mal. Vamos, que esas personas lo ven todo como en las viejas televisiones, en blanco y negro o, mejor, en tonos de gris y blanco. El origen de la enfermedad se halla en una alteración de las células fotorreceptoras del color en la retina (también puede ser adquirida por lesión o similar, pero no viene al caso).

Ahora viene el dato curioso. Es una enfermedad relativamente rara, afectando por ejemplo en los Estados Unidos a una persona de cada 33.000, pero existe un lugar en el que no se trata de algo escaso sino que es común. Se trata de un atolón perdido en medio del inmenso océano Pacífico llamado Pingelap (estado de Pohnpei).


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Esta pequeña isla, que forma parte de los Estados Federados de Micronesia, apenas cuenta con 250 habitantes pero posee el mayor número de afectados por acromatopsia del mundo, de hecho, puede decirse que gran parte de los lugareños desconocen lo que son los colores. Este lugar ha visto pasar a todo tipo de invasores, desde los japoneses a principios del siglo XX, hasta la llegada de los estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial, que mantienen hoy día allí una base militar. También fue terreno de disputas coloniales, como la mantenida por España y Alemania a finales del XIX.

Bien, pero lo que nos interesa es la ceguera a los colores. Al parecer, aunque es algo que todavía no ha quedado claro del todo, el origen del problema se remonta a finales del siglo XVIII, cuando un gran tifón aniquiló prácticamente a toda la población de Pingelap. Con el paso de los años, los descendientes de los escasos supervivientes fueron transmitiendo el problema genético que origina la ceguera a los colores que uno de aquellos afortunados padecía, muy posiblemente el gobernante del lugar. Y, así, llegamos a la actualidad, cuando los descendientes de aquella persona afectada por acromatopsia, gracias sobre todo al pequeño tamaño de la población y la endogamia, son muy numerosos, llegando a ser hasta el 30% portadores y con alrededor de un 10% de la población afectada por la enfermedad. Todo un «laboratorio» natural para el estudio de los genetistas.

Lectura recomendada: Oliver Sacks. La isla de los ciegos al color y la isla de las cicas. Editorial Anagrama, 1999. ISBN 978-84-339-0583-3.

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