Val del Omar, el hombre que soñó el futuro del cine

Este artículo corresponde a una versión reducida del que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, número 66, edición de diciembre de 2010.

Val del OmarUn correo electrónico del director de esta revista me previno sobre cierta muestra que el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía está celebrando, y así lo hará hasta finales de febrero de 2011, centrada en una figura tan misteriosa como olvidada del cine y la invención en España. Quedó intrigado con cierto reportaje televisivo sobre José Val del Omar, protagonista de la citada muestra, y me lanzó la sugerencia de redactar algo sobre este personaje tan singular. ¡Y qué personaje! Lo tenía guardado en una carpeta, junto con muchos otros sobresalientes pioneros, ya caídos en el olvido casi todos, y quién sabe cuándo se me hubiera ocurrido escribir sobre este genio de las imágenes en movimiento si no llega a ser por esta excusa museística. Además, ni tengo tiempo ni oportunidad de asistir a esa muestra y, como a muchas más personas les sucede lo mismo, ¿qué mejor oportunidad que rescatar brevemente de las brumas del tiempo al bueno de Val del Omar?

Es típico de estas tierras, como en todas partes nace genios y, también como en tantos sitios, muchos no llega a dar los frutos a los que podrían haber llegado en un ambiente adecuado pero, por desgracia, parece que aquí esa desgracia es mucho más habitual y, además, cuando ciertas personas excepcionales sobresalen por encima del común de los mortales, nos empeñamos en condenarlos al olvido. Este párrafo, que puede sonar a filosofía barata o a lamento estéril, creo que puede aplicarse a la perfección al caso de José Val del Omar. Nacido en Loja, Granada, en octubre de 1904, vivió una existencia repleta de creatividad, siempre adelantado a su tiempo, hasta que falleció en Madrid en 1982. Es una lástima que no pudiera llegar a ver las maravillas del siglo XXI, sin ninguna duda Val del Omar hubiera disfrutado como un niño con Internet, la telefonía móvil y, sobre todo, con cualquier tecnología relacionada con la realidad virtual porque, aunque suene raro, el granadino soñó con algo muy similar y se empeñó en darle forma física.

Director de cine e inventor
Contemporáneo de grandes genios de la talla de Federico García Lorca, nuestro protagonista no se conformó con las técnicas cinematográficas de su época, ni con crear guiones y propuestas escénicas radicales. Lo que realmente llamaba su atención era sobrepasar los límites de cualquier técnica que pudiera tener que ver con la percepción humana y, en esa tarea, empeñó toda su vida. Inició su tarea de revolucionar el cine en la época de la Segunda República más, como sucedió con tantos otros, la Guerra Civil supuso para él un grave contratiempo que frenó gravemente su trabajo.

Suya es una mezcla entre teoría vanguardista y propuesta tecnológica que denominó PLAT o, lo que es igual, una síntesis extraña para la época con la que pretendía hacer saltar por los aires los límites del cine. PLAT, su idea Picto-Lumínico-Audio-Táctil, se encaminaba a ir donde nadie se había atrevido. Imaginó que las imágenes se podían tocar, que las pantallas cinematográficas se quedaban pequeñas para mostrar una experiencia total para el espectador. ¿A qué nos suena eso? El cine tridimensional y la realidad virtual, incluso la interacción con escenarios como en los más actuales juegos de ordenador, fueron adelantados en sus propuestas que, si bien no lograron pleno desarrollo técnico debido a las limitaciones de la época, se encontraban ya muy avanzadas desde el punto de vista teórico en sus propuestas.

Val del Omar no fue un director de cine muy prolífico y ni siquiera logró mucho predicamento entre sus contemporáneos. Apenas alumbró poco más de diez películas que, para colmo, eran tan arriesgadas y experimentales que difícilmente fueron comprendidas. Algunas nunca fueron completadas, y de ellas casi no quedan restos, otras han sido recuperadas por osados y voluntariosos amantes del arte de las imágenes en movimiento. Pero, no es esta escasa obra filmada lo que importa de verdad, sino su forma integradora de entender el arte, donde la luz, el sonido y la percepción táctil se unían en un todo. Si Wagner soñó con la “obra de arte total”, en la que se crearía una miscelánea de música y artes escénicas, dando como resultado las impresionantes óperas que nos legó, Val del Omar fue mucho más lejos. Su idea de crear una tecnología que estimulara todos los sentidos para difundir algo que iba mucho más allá del cine sí que era arte total y, por ello, resultó tan extraño para sus coetáneos.

Desde que era muy pequeño, Val del Omar experimentó con toda clase de artilugios para manejar la luz. El cine siempre fue para él una fuente de inspiración sin límites. Lo que al principio sólo eran juegos sencillos, con linternas y lentes, fueron con el paso del tiempo y del aprendizaje evolucionando hacia técnicas sorprendentes que mezclaban la holografía e incluso los láseres, pues siempre se encontraba al tanto de las últimas tecnologías y se empeñaba en aplicarlas a su idea sobre el futuro del arte. No se trató de un diletante que jugaba con máquinas para hacer efectos más o menos efectistas, ni mucho menos. Su labor teórica, excepcional donde las haya en su campo, tuvo sus frutos en gran cantidad de complejas patentes que encontraban aplicaciones en infinidad de áreas, como los usos del láser para grabar y reproducir sonidos, lentes para proyectar imágenes con efectos asombrosos, síntesis entre el ser humano y la máquina, todo ello se adelantó décadas a la tecnología de los DVD e incluso de los robots y androides. ¿Por qué se ha olvidado toda esa corriente de ingenio sin igual? Posiblemente uno de los principales culpables fue el propio Val del Omar que, siempre caminando dos pasos por delante de las más avanzadas propuestas de su tiempo, no supo, o no quiso, “vender” sus ideas de forma sencilla. Puede que en otro ámbito geográfico hubiera encontrado más eco, o le hubieran tratado como un loco, nunca se sabe.

Buscando la obra de arte perfecta
Hay que reconocerlo, era un visionario, con toda la carga negativa que esa palabra contiene. Supo comprender hacia dónde iría la tecnología del entretenimiento con décadas de adelanto, pero no logró el apoyo de sus iguales, en caso de que alguno hubiera entendido sus arriesgadas propuestas, ni tampoco encontró una manera de convertir de forma óptima lo que soñaba en tecnología funcional.

Sus juegos con linternas, de niño, le llevaron a amar el cine hasta que a principios de los años veinte, después de un viaje a París, ese amor se convirtió en imperecedera pasión que ya nunca le abandonó. En 1925 filmó su primer largometraje, En un rincón de Andalucía, todo un logro para un chaval que soñaba con dedicarse al cine que, en un extraño cambio de rumbo, se convirtió en obra maldita. Como hiciera Paul Dukas cuando decidió destruir gran parte de su obra musical, el joven Val del Omar entendió que esa película era un desastre que no merecía ser legado a la posteridad, por lo que se emepeñó en eliminar toda huella posible de su existencia. En esos años tempranos de actividad febril ya publicaba obras en las que deseaba hacer llegar sus avanzadas ideas sobre objetivos de ángulo variable y efectos especiales que recuerdan al cine tridimensional. Fueron tiempos felices, de experimentos y de relación con lo más excelso del mundo de las artes y del cine en el Madrid republicano. Trabajó en las Misiones Pedagógicas y rodó numerosos documentales que, casi en su totalidad, se han perdido para siempre. Llegó la guerra y todo se torció. En esos turbulentos momentos colaboró con el gran Josep Renau y trabajó en el salvamento de diversos fondos del Museo del Prado y de la Biblioteca Nacional más, por desgracia, se encontró entre la espada y la pared porque, sabiendo ambos bandos en conflicto las habilidades cinematográficas de nuestro genio, quisieron emplearlo para fines propagandísticos. Todo aquello dejó amarga huella en Val del Omar, que se encerró a partir de entonces en sus más extrañas fantasías tecnológicas.

Pasada la guerra continuó su infatigable investigación para lograr una síntesis perfecta entre la imagen y el sonido. Aprovechó la nueva tecnología electrónica para dar forma a su primera patente, el diáfono, que fue aceptada en 1944 y que se relacionaba con algo tan novedoso entonces, como incluso ahora, como son los sistemas de sonido que tienen en cuenta el espacio, esto es, algo que iba mucho más allá de lo estereofónico. A principios de los años cincuenta alumbró su película “Aguaespejo granadino”, una arriesgada experiencia en la que deseaba mostrar toda su idea sobre el nuevo arte visual y sonoro. Aunque no fue comprendido por muchos, logró llamar la atención en varios festivales de cine internacionales, donde fue tratado como nuevo genio del cine. Fue el comienzo de una carrera en la que lo experimental siempre estaba presente. En el festival de Cannes de 1961 logró ser premiado por su obra Fuego en Castilla, donde introducía sus ideas de unir la imagen y lo táctil, además de contar con una banda sonora propia que exploraba lo más avanzado en técnicas de sonido electroacústico. Fue el primero de varios éxitos en otros festivales a lo largo de todo el mundo. Trabajó entonces en otras ideas que dejó inacabadas, que debían completar su Tríptico Elemental de España y, además, aprovechó para mirar hacia algo novedoso en lo que él veía el verdadero futuro: la televisión. No andaba por mal camino, pues era una tecnología en la que depositó grandes esperanzas, sobre todo para difundir conocimientos, pero como no puede abarcarse todo, tuvo que dejar a medio camino otros proyectos cinematográficos.

El 4 de agosto de 1982 un accidente de automóvil se llevó la vida de Val del Omar cuando, sin haber dejado de soñar, se encontraba trabajando sin descanso en dar forma a su idea de la tecnología Picto-Lumínico-Audio-Táctil, donde la poesía visual, la televisión, el cine, el vídeo, los robots y el láser encontraban una sintesis que pocos lograban entender pero que hacía soñar con un futuro que para nosotros es presente. Sí, habrá que reconocerlo, ninguno de sus inventos tuvo gran difusion, ni sus películas fueron grandes éxitos de público, no fue comprendido por casi nadie y, para colmo, no pudo desarrollar al máximo su idea central de unir todos los sentidos en una experiencia artística total pero, ¿acaso importa? Porque ha quedado el eco de alguien realmente genial que, gracias a muestras y exposiciones como la que se celebra ahora mismo en Madrid, nos enseña que no hay nada nuevo bajo el sol y que siempre existen personajes que, para su desgracia, o quién sabe si por fortuna, son capaces de ver el futuro. Val del Omar explicaba, para quien le quisiera escuchar, que un día el sonido, la luz y el tácto, podrían coordinarse en una experiencia artística sin igual. No lo entendieron entonces, ahora sabemos de qué hablaba: realidad virtual. Recordemos, pues, a Val del Omar como a un pionero, mezcla de genial artista sonoro y visual, que supo asomarse a la posteridad con gran certeza.