Libros túnel, un espectáculo tridimensional del siglo XVIII

A principios de enero de este año tuve la ocasión de disfrutar en la Sala Municipal de Exposiciones de la Casa Revilla de Valladolid de una exposición memorable. Se trataba de Una historia de los libros plegables, que reunía lo mejor de la colección que con los años han ido formando Ana María Ortega Palacios y Álvaro Gutiérrez Baños. Su pasión por los libros plegables ha dado forma a una colección deliciosa que me maravilló.

Me encantan este tipo de libros. Todo el mundo ha tenido alguna vez en sus manos uno, por lo general de temática infantil. Los libros pop-up o plegables cuentan historias en forma de artificios de papel que van cobrando vida al pasar sus páginas. Para elaborarlos hace falta utilizar técnicas sofisticadas, no por ello extrañará que en inglés se conozca como «paper engineering» (ingeniería de papel) al arte de diseñar libros plegables. Existen diversos tipos de libros plegables, los hay que tienen piezas móviles, incluso iluminación eléctrica propia, pero todos guardan una magia particular. Durante siglos se han creado libros con elementos tridimensionales, animados o no, destinados a diversos fines, no sólo para niños. En la Biblioteca de El Escorial se conserva un manuscrito del Ars Magna de Ramón Llull, con medio milenio a sus espaldas, que dispone de diales de papel giratorios que podrían considerarse como un antecedente de los libros plegables.

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Imagen de Jaysin Trevino (CC).

A lo largo de las centurias se han creado todo tipo de representaciones tridimensionales guardadas de forma plegada en el interior de libros. Se emplearon en las enseñanzas médicas, en cartografía y, cómo no, en actividades lúdicas. Hacia 1765 apareció la «harlequinada» de Robert Sayer, todo un divertimento de papel que abrió el camino a los libros plegables infantiles que triunfaron a lo largo de los siglos XIX y XX en mil y una manifestaciones. En nuestro tecnificado mundo todavía sobreviven, de la mano de genios como Robert Sabuda o David Carter.

Pero, de todos los tipos de libro plegable que existen, hay uno muy especial que siempre me ha apasionado y que, en la exposición que he mencionado al comienzo de este post, estaba bien representado por varias joyas añejas. Me refiero a los libros en túnel (tunnel books o peep show books). Básicamente consisten en crear una escena tridimensional con un efecto de fondo a varios niveles realmente sorprendente por medio de varios planos de papel desplegados en forma de acordeón. Para acceder a la escena se observa a través de un orificio o de una ventanita, con lo que el resultado es el equivalente a observar una composición que recuerda a una grabación de vídeo puesta en modo pausa. Escenas congeladas con sensación tridimensional que podían llegar a ser verdaderas obras de arte con exquisitos detalles.

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Aunque tuvieron su época dorada en el siglo XIX, fue en el XVIII cuando levantaron pasiones. Ya en el XVII se habían creado verdaderas maravillas, pero en el siglo de las luces proliferaron entre la aristocracia estos libros, al igual que los teatros de papel animados. Levantaban pasiones, con sus representaciones de escenas de novelas, paisajes famosos o batallas célebres. Antes de la invención del cine y de otras formas de entretenimiento visual, los libros en túnel alimentaron la imaginación de las gentes (por lo general de clases altas) en Europa y América.

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Libro en túnel creado por el aleman Martin Engelbrecht (1684-1756), formado por seis láminas de papel ilustradas a mano, recortadas para crear una perspectiva sobre una escena de baile en un jardín. (Smithsonian Institution Libraries).
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