Iglesias Blanco, el “Tesla de Pozuelo”

Versión reducida del artículo que publiqué en la revista Historia de Iberia Vieja, edición de enero de 2015.

iglesias_blanco_1El inventor de las explosiones a distancia, Don José Julián Iglesias Blanco, hizo ayer en las cercanías del inmediato pueblo de Pozuelo de Alarcón, con éxito absolutamente satisfactorio, las pruebas de otro invento no menos prodigioso que aquél y de incalculables consecuencias (…) [se trata del] procedimiento para recoger la electricidad atmosférica y aprovecharla en la producción de luz y energía. El señor Iglesias ha inventado (…) la electricidad sin cables (…) y lo que es más y mejor, sin necesidad de grandes saltos de agua para generarla, de infinitas baterías para su acumulación, ni de edificios centrales para enviarlo a su destino. En una colina llamada El Jaral, próxima al pueblo de Pozuelo, tenía el señor Iglesias montado en un sencillo castillete de madera su aparato recogedor y transmisor, y en presencia de reducido número de amigos hizo, privadamente y en secreto, las pruebas susodichas, encendiendo y apagando varias veces luces instaladas en una finca de Don Miguel Castañer, situada a medio kilómetro de distancia. (…) [En la prueba pública] los invitados situados en la finca del señor Castañer pudieron ver, profundamente maravillados y conmovidos, cómo a una señal del señor Iglesias comenzaron a funcionar las antenas del castillete y en seguida se encendieron las luces de la casa y a una indicación por su parte hizo parar el inventor los aparatos y quedó interrumpida la corriente y las luces apagadas.

El Imparcial. Madrid, 5 de abril de 1914.

Nikola Tesla se ha convertido en nuestros días en ejemplo ideal de personaje genial que termina siendo olvidado por la historia. Ha tenido que pasar una centuria para que su figura volviera a ser reconocida. El que fuera padre de la tecnología eléctrica de corriente alterna que da vida a nuestro mundo moderno vivió sus últimas décadas de vida inmerso en un océano de extrañas ideas que le convirtieron, también, en prototipo de “genio loco”. Claro que, muchas de aquellas ideas raras fueron tomando forma en décadas posteriores, pero eso no significó que su figura fuera rehabilitada de forma automática. Legiones de ingenieros se formaron sin haber escuchado nada sobre Tesla. Ahora, se vive el aspecto contrario, cuando prácticamente se quiere convertir a Tesla por parte de muchos poco menos que en un precursor de todo tipo de tecnología. Cierto es que sentó las base de la radiodifusión, pero fueron otros los que llevaron a cabo ese empeño a su forma práctica. Lo mismo sucedió con los rayos X, que se cruzaron en el camino de Tesla, o la técnica para construir lámparas de fluorescencia.

Otra de las tecnologías en las que Tesla fue pionero, aunque tampoco en esta ocasión logró provecho comercial, fue el campo del control a distancia. La posibilidad de animar en la lejanía una máquina a través del uso de alguna señal electromagnética no llama la atención ahora, cuando tenemos “mandos a distancia” por todas partes. Sin embargo, en su época causó asombro, era algo que rozaba lo mágico. En España Leonardo Torres Quevedo iba a la par que Nikola Tesla en los Estados Unidos. Los dos realizaron experiencias que dejaron con la boca abierta a sus contemporáneos. El español presentó en 1903 su telekino ante la Academia de Ciencias de París. Al poco obtuvo patentes en diversos países sobre ese invento. Se trató de la primera máquina práctica capaz de controlar aparatos a distancia por medio de ondas de radio. Las pruebas que realizó tanto en Madrid como en Bilbao fueron todo un éxito. Logró controlar los movimientos de una pequeña embarcación a distancia. Su idea tenía como objetivo poder controlar todo tipo de vehículos a distancia, sobre todo militares, pero el telekino terminó sus días como simple objeto de asombro y poco más, pues Torres Quevedo no logró la financiación necesaria para continuar con aquella línea de investigación.

Los experimentos de Pozuelo

¿Encontró inspiración el señor Iglesias Blanco en Tesla y Torres Quevedo? Seguramente sí. Es más, los intentos de Nikola Tesla de construir una red mundial de transmisión de radio y de energía eléctrica a través de la atmósfera alimentaron la prensa durante los primeros años del siglo XX. A buen seguro que nuestro protagonista conocía todas aquellas ideas. He ahí el motivo por el que le he apodado como el “Tesla de Pozuelo”, no tanto por su originalidad, ya que compararlo con Nikola no tiene ningún sentido, sino por el empeño y el objetivo que Iglesias Blanco persiguió.

Bien, llegados a este punto cabe preguntarse, ¿quién era José Julián Iglesias Blanco? No encontraremos ese nombre en ninguna recopilación sobre ciencia y tecnología, es más, apenas si queda rastro de su paso por el mundo y, sin embargo, durante poco más de un año, en 1914, logró atraer la atención de la prensa española e incluso de la foránea. No se piense que fue algo anecdótico, un artículo perdido en un periódico de provincias y poco más. Nada de eso, el voluntarioso Iglesias Blanco fue mencionado por decenas de periódicos en cientos de artículos durante meses. Su llama ardió muy rápido, para pasar a desaparecer en la más absoluta oscuridad. No me queda claro si era tenía cierto toque de locura, de embaucador o realmente estaba ante algo de interés. Su afán por mantener en el más absoluto secreto todo lo que tuviera que ver con los fundamentos de la tecnología que utilizaba, dificulta mucho la tarea de decidir cómo encuadrar a este personaje. No nos ha legado papeles técnicos ni patentes, salvo tres que vieron la luz entre 1909 y 1917, pero que no tienen nada que ver con los experimentos que tanto llamaron la atención de la prensa. Así, en la patente española número 45304 se presenta un sistema para limpiar cristales. En las patentes 63869 y 64979 tienen relación con la tecnología de carbones. ¿Dónde están sus planteamientos para crear explosiones a distancia? ¿En qué lugar se hallan los planos de su prodigiosa máquina para captar energía eléctrica de la atmósfera? ¿Acaso eran meros artificios publicitarios o había algo real detrás de todo ello? Sea como fuere, no hay documentación técnica disponible, al menos hasta donde haya podido yo indagar, que permita salir por completo de dudas. Lo que sí está claro es que los asistentes a los experimentos de Iglesias Blanco se quedaron con la boca abierta, igual que sucediera antes con Tesla y Torres Quevedo, a quienes pretendía emular.

Los experimentos de Iglesias Blanco realizados en público en al menos tres ocasiones a lo largo de 1914, todos ellos en Pozuelo de Alarcón, levantaron gran expectación. Ya desde el año anterior había llevado a cabo diversas experiencias en privado, y otras contando con algunos testigos de peso, como periodistas y militares. Los contactos del inventor con el ejército se remontaban al menos al año 1912, cuando hubo cierto intercambio epistolar con los militares acerca de la posibilidad de guiar torpedos con señales de radio así como sobre la idea de crear explosiones internas en buques a distancia. El ejército no parece que se mostrara muy interesado en la propuesta pues parece que no hubo respuesta positiva. Iglesias comentaba en diversas entrevistas que creía ser capaz de hacer explotar cargas incluso hasta a 80 kilómetros de distancia desde el lugar de emisión de la señal. Esto llevó más adelante a ciertas leyendas que aparecieron publicadas a finales de 1914 en las que se afirmaba que los británicos estaban derribando dirigibles alemanes sin usar artillería ni aviones, sólo con el auxilio de un “rayo de la muerte” basado en la tecnología del español.

Los experimentos públicos realizados en Pozuelo tuvieron tanta repercusión que incluso se ofreció un banquete de gala en honor del inventor con presencia de políticos, industriales y periodistas. Todos habían quedado maravillados al contemplar los resultados de los experimentos de explosiones a distancia y los relativos a captura, emisión y recepción de energía eléctrica a distancia. Suena demasiado bonito para que fuera cierto, ¿escondía algún fuego de artificio el inventor? De ser así, nadie logró encontrarlo, y eso que hubo quien lo intentó. Lo peor del caso es que Iglesias no daba detalles sobre su tecnología y, sin detalles de ese tipo que permitan valorar si era factible lo que proponía, todo queda en mera anécdota.

El interés del inventor por las ondas de radio y el hacer explotar cosas a distancia venía de hacía años, cuando acababa de regresar a España de una estancia en Cuba. No hay datos sobre su posible formación técnica, por lo que habrá que considerarlo autodidacta hasta nueva orden. Tras repasar con detalle lo que se publicaba acerca de la novísima radio y, sobre todo, de la técnica utilizada por Marconi, nuestro inventor armó un emisor a modo de “proyector eléctrico” como él mismo decía. De las diversas entrevistas recogidas en la prensa de la época no queda nada clara la técnica utilizada en aquella máquina “con un peso de cinco kilos escasos”. Parece que se refiere a veces a rayos infrarrojos, pero en otras menciona descargas de electricidad estática a distancia. Con respecto a su sistema de electricidad atmosférica, refería lo siguiente en la revista Por esos mundos el 1 de junio de 1915 cuando su repentina fama ya era algo que iba camino del olvido:

Hará próximamente unos seis años, hallándome yo una noche en que se desencadenaba una tormenta horrorosa andando por el campo, y yendo provisto de una lámpara eléctrica de bolsillo, noté que cuando se producía una descarga grande, el filamento de la ampollita de la lámpara se enrojecía, como si hasta ella, a pesar de la caja aisladora, forzando las cubiertas y haciendo traición a los mimos principios, llegase un resto de la electricidad atmosférica que con tanto fulgor hacía sus descargas en torno mío. (…)

De aquella experiencia surgió en su mente la idea de crear una especie de emisora de radio que sirviera también para transmisión de energía eléctrica. Afirmó haber trabajado con diferencias de potencial de hasta 80.000 voltios. Sus primeras pruebas, en un hotel de Pozuelo ante un público asombrado, consistía en un juego de lámparas conectadas a un sistema de antenas que “recibía” por el aire la energía supuestamente enviada por un emisor situado en otra habitación. En las experiencias de campo, ante el público, no dejaba nada al azar. Una torre de madera, equipada con un sistema de tres antenas y una misteriosa caja, “captaba” la energía de la atmósfera y pasaba a emitirla. A una señal del inventor, sus ayudantes activaban el emisor y, ¡sorpresa! las bombillas situadas en la lejanía, en un montaje de pruebas, comenzaban a lucir con gran intensidad. El público enloquecía pero, ¿realmente había transmitido energía eléctrica por el aire? No hay pruebas de ello. Los operadores que estaban en lo alto de la torre afirmaban que sentían cierto hormigueo cuando se conectaba la máquina, que emitía un zumbido extraño al entrar en marcha.

En lo relativo a los experimentos de explosión a distancia, el montaje era más circense y elaborado. Tampoco hay pruebas de que hubiera transmisión real de un “rayo” que provocara las explosiones, lo único seguro es que el público enloquecía de entusiasmo. Recordemos que por aquella misma época se hablaba del rayo de la muerte de Marconi y, cómo no, también de afirmaciones similares por parte de Tesla. El ambiente en Europa, con una guerra mundial en camino hacía que cualquier posible nuevo invento bélico fuera atendido con interés. Iglesias Blanco hacía su “magia” colocando varias cajas con dinamita marcadas con globos de gas a los que estaban unidas para que fueran visibles en la lejanía. Un kilómetro y medio de distancia separaba las cajas de la torre emisora. Una de las cajas se rellenaba con agua y la otra con tierra, para demostrar que no importaba el material que rodeara al explosivo. Y, ahora, viene el misterio. ¿Existía en el interior de las cajas algo así como un circuito detonador susceptible de activarse por radio? El inventor afirmaba que no, su máquina emitía una radiación que hacía explotar la dinamita a distancia, sin receptores. Fantástica cuestión que nunca fue aclarada. El caso es que, tras sortear entre los periodistas presentes el honor de pulsar el interruptor de disparo, se ejecutó la orden y, ¡maravilla! al instante saltaron por los aires las cajas y los globos ante el delirio de los presentes.

Fama efímera

El inventor, que se decía originario de Cantabria, habló ya a finales de 1913 de instalar en un pueblo cercano a Santander, Mortera, una central eléctrica para abastecer, sin cables, a las poblaciones de montaña. La empresa que iba a gestionar aquella aventura se denominaría Sociedad Electro-Atmosférica y daría servicio de energía eléctrica “sin cables” a pueblos de un radio de veinte kilómetros desde el punto de emisión.

El inventor soñaba con un futuro de electricidad abundante y barata. Así, en una entrevista publicada en La Correspondencia de España el 2 de diciembre de 1913 afirmaba:

…he calculado que estableciendo una cuota fija general de cinco pesetas al mes, podrá todo el mundo disfrutar de alumbrado eléctrico, cocina eléctrica para guisar, planchas eléctricas, calefacción y hasta aprovechar fluido para fuerza motriz todo aquel que así la necesite, puesto que no habrá limitación alguna.

A lo que, con panorama tan idílico, el periodista le pregunta acerca de la posible quiebra de las compañías eléctricas. El inventor responde:

No lo dudo, pero también sería de grandes beneficios para la humanidad entera, y ante esta, para mí, no hay ni empresas ni compañías.

Después del aparente éxito de los experimentos de Pozuelo, comenzaron a llegar a los medios noticias extrañas. Se habló de negociaciones del inventor con una comisión militar presidida por el general Cubilla, a la que pidió la nada desdeñable suma de 75.000 pesetas para poder continuar con sus pruebas. El gobierno estudió el asunto y le trató como a un chiflado, olvidando el asunto. En ese punto aparecieron los rumores sobre una venta de la idea a los alemanas y otras naciones. Se habló del rayo de la muerte de Iglesias, de su utilidad para terminar con todas las guerras y de la posibilidad incluso de hacer explotar submarinos en alta mar. La Gran Guerra estaba a las puertas y cualquier fantasía bélica parecía posible.

De la vida de José Julián Iglesias Blanco antes de su breve periodo de fama no se conoce mucho. Su nombre completo era Julián José Iglesias Blanco de Urbina y Herrera, procedía de una familia distinguida de Santander. Algo tuvo que suceder porque parece ser que cayó en desgracia ante su madre y fue apartado de la vida acomodada que había llevado en sus primeros años. Con el tiempo aquellos problemas familiares fueron suavizándose pero, mientras tanto, nuestro futuro inventor trabajó como policía en Ávila, donde tampoco terminó muy bien, siendo apartado del servicio. La causa de sus problemas, como el propio Iglesias afirmaba, había sido siempre su “carácter excesivamente enérgico”. Con el paso de los años moderó esa altanería, no sin antes verse inmerso en algún que otro lío de espionaje en Portugal, no mucho antes de que decidiera dedicarse a la invención o, al menos, a realizar demostraciones sorprendentes de una tecnología que nunca fue puesta negro sobre blanco.

Tras sufrir el último día de abril de 1914 un accidente de automóvil en las cercanías de Madrid, cuando viajaba en compañía de varios amigos y periodistas, el fulgor de Iglesias Blanco se empezó a apagar muy rápido. No hay referencias a más experimentos ni proyectos, salvo uno final realizado el 11 de junio, todo quedó olvidado en cuestión de semanas. Atrás quedó el triunfo de los experimentos llevados a cabo en Pozuelo el 28 de febrero y el primero de abril de 1914. Pasado un año, a finales de 1915, apareció en prensa la noticia sobre el éxito en los experimentos sobre control de explosiones a distancia, por medio de ondas de radio, que había llevado a cabo el capitán del ejército Díez Eboleón en Carabanchel. No hay que llamarse a engaño, Eboleón lo que logró fue controlar un detonador a distancia por medio de ondas de radio, tal y como se puede hacer con un mando a distancia hoy día, algo muy diferente a lo pretendía haber logrado Iglesias Blanco. Aquellas pruebas militares hicieron que la prensa volviera a recordar al repentinamente olvidado inventor. Preguntado entonces por los periodistas, el cántabro nos legó estas últimas palabras, publicadas en La Correspondencia de España el 25 de noviembre de 1915, antes de que su pista quedara borrada por el tiempo:

No me interesan aquellos experimentos. No quiero oír hablar de ellos. He sufrido mucho. Se me ha difamado y calumniado. Pero el tiempo se encargará, como ya lo hace, de decir quién soy y de demostrar la honradez de mi proceder y la realidad de mis inventos. No aspiro a más.

Este personaje aparece también en mi nuevo libro: «Made in Spain. Cuando inventábamos nosotros.»